En el antojo de ir buscando con la lupa del alma, las
cosas dispersas dejadas tiradas en el gobelino del tiempo, se encuentran
instantes inolvidables ya sea por la felicidad causada, como esa lágrima que
rodó tatuando para siempre la causa; esos dos actos normales en la actividad
humana, van labrando la conformación de la personalidad, la amiga consejera que
irá guiando sin reveses el normal comportamiento ante las vicisitudes. Al ir
acumulando años va apareciendo la vejez, esa compañera posesiva que nos
acompañará aferrada también a la evocación y sin ninguna cautela, se dedica a
acopiar del tiempo hasta lo más insignificante dejado por el ayer olvidado en
uno de los estantes del carcomido escaparate del corazón, ese núcleo ya
semivibrante por el largo recorrido, es el que va clasificando con austeridad,
sin odios, intrigas y menos perversidad, todo eso ha ido muriendo por la
espiritualidad que el tic-tac del reloj implanta. No se busca hacer una
catarsis con estas retroactividades recordatorias del Copacabana de entonces,
es con serenidad tratar de no dejar morir sin ser saboreadas por los nuevos habitantes
las etapas serenas de un poblado en que no había aflorado la locura de
constituirse en una metrópolis con todas sus aberraciones, incertidumbres,
edificaciones buscando el cielo, obstruyendo los rayos del sol y taponando el
correr de la brisa con su olor a frutas. Se les puede relatar tantas cosas
sencillas que se degustan con gusto supremo, como aquella, de sentarse toda la
familia alrededor de la mesa a saborear los alimentos con final de cuentos de
espantos.
Se dice, que don Salvador Tobón que seguramente fue un acaudalado para aquellas calendas donó al templo de Nuestra Señora de la Asunción, el hermoso sagrario del que también se comenta, tenía en su construcción 30 arrobas de plata, ese, que deslumbraron los ojos del niño aferrado a los brazos de la madre, los del escuelero en estricta formación, al púber cornetero de la banda marcial del colegio y al hombre cuando se despidió de la soltería cuándo pronunció el sí. Al mucho tiempo vio uno igual en Medellín en la iglesia la Candelaria siendo párroco Manuel José Betancur Campuzno nacido en Copacabana. En 1897 fue la fundación de la venerable capilla de san Francisco, para hoy serían 125 años, si la ambición no la hubiera hecho desaparecer con argucias dándole un tinte natural a su desplome; el padre Pacho en su estadía lo había reconstruido y reunió en él, varias obras pictóricas antiguas que creo nadie sabe que existieron y mucho menos su paradero… ¡la historia jamás perdonará al que la hiere mortalmente! La emisora Radio Copacabana 1560 kilociclos, que nació en el antiguo edificio Consistorial, pasó a una parte de la sacristía por la bondad del padre Bernardo Montoya, pues el añejo lo pidieron; era para ese entonces el técnico Fran Bravo Barco, desde ese lugar se realizó la transmisión de las primeras educadoras de la Normal, con animación de la estupenda voz del locutor de la Voz de Antioquia, Luis Fernando Posada, el qué esto narra, libretos de Eduardo Fonnegra y dirección de Miguel Cuenca, fueron los primeros pasos de una transmisión a control remoto de la emisora.
Alberto.