Existieron noches anheladas con suma expectativa en el
villorrio; eran aquellas en que desde un tiempo atrás, se hacía la publicidad
de la llegada de algún cantante, dueto, trio, humorista o grupo de danzas a
presentarse en el triste desaparecido Teatro Gloria. Entre muchos, llegan a la
memoria, Montecristo, Obdulio y Julián, Julio Martel, Ortiz Tirado, el “pequeño
gigante” ecuatoriano Olimpo Cárdenas, Andrés Falgas, el mago Gustavo Lorgia y
otro tanto más que tenían el poder de movilizar el conglomerado apático[C1] , indiferente y frío. Las señoras
encopetadas con sobreros de redecillas que tapaban sensualmente el rostro,
guantes de cabritilla, vestidos a la moda extraído de alguna revista colocada
en casa de la modista, las pipiolas pizperetas con collares, ropa fresca y
zapatos a medio tacón, los señores sin mucho cambio, los más encopetados con el
cachaco de Everfit o Valher, camisa almidonada con mancuernas, corbata negra,
anillo en un dedo de la mano izquierda y zapatos bien embetunados, mientras
esperaban el turno para llegar a la pequeña taquilla, un cigarrillo Pielroja,
la compra de una caja de chicles o un confite anisado, al niño vendedor de
vituallas; todo transcurría en completo orden y armonía, pero una bullaranga la
interrumpía como cuando se cae un hermoso jarrón pretérito desde la vieja mesa
de centro al volverse pedazos ¡Estupor! Hacían su aparición los ayudantes de
carros, llamados fogoneros. Fueron peor que las 7 plagas de Egipto.
Pero no por los desafueros de aquel grupo de desadaptados se interrumpía el espectáculo, pero sí, sé dejó mala impresión de quienes nos visitaron. Aquel lugar era punto de encuentro único, de las familias, cuando no eran las películas de temas sagrados en tiempo se semana santa, llegaban a ser tantas que se agotaban las entradas con las del consagrado comediante Cantinflas; ese lugar tan central fue icono de socialización del vecindario citadino, cuando aún no soñaba con ser metrópolis o urbe con sus desarraigos insanos, desafueros sexuales y lo peor, la soledad y el miedo. Ya el portón y contra portón están cerrados, los hermosos patios no dejan ver su jardín florecido, ni el perro y el gato dormitan en las amplias ventanas. Es triste ver el Gloria en otros usos y no con aquel parlante dejando escapar música romántica o la voz invitando a la función en matiné, vespertina y noche, menos la presentación de un artista de calidad. Muchas voces seguro han hecho su reclamo para que reviva y tantas desoídas, pues sigue en salas de primeros auxilios. La cultura reclama ese espacio para atraer las juventudes y no se pierdan en la borrasca de los efugios que brindan los espirales en humo de mentirosas felicidades inexistentes. Se hace tarde revivirlo, es obligación de padres de familia, entes gubernamentales, clero, en una palabra, la sociedad entera. Nace otra pregunta: ¿En dónde está la emisora, ¿quién la enterró, no les hace falta? Revivamos del pasado todo aquello qué sobresalió en su época y anudémoslo a lo bueno del hoy.
Alberto.