MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

jueves, 2 de abril de 2009

EL VIEJO DOMINGO.



Salia de la escuela de don Jesús con la maleta de útiles, Bolas (canicas), trompo, la ropa sucia de jugar y la melena revuelta. Me dio por mirar a la acera del frente cuando llegaba a la esquina. En un cuarto, no muy grande en donde se hallaba la carpintería de don Domingo. Domingo lo llamaron siempre y jamás conocí su apellido. Era un hombre de complexión robusta, gafas apoyadas en la punta de la nariz, sombrero de fieltro verde claro para el laboreo y azul, para estar en compromisos de importancia, estaba colocado en su cabeza al estilo de Carlos Gardel. Lo que siempre me pareció extraño, fueron sus pies, que debían ser muy gordos, pues así se notaban en el ancho de los zapatos. El color de su piel era como la de cualquier mestizo en nuestra patria, su cabello cano y ojos color miel. En la puerta del frente del cuarto se hallaba nuestro hombre sentado en un taburete que estaba recostado a una de las alas y como siempre dormido, esa soñolienta lo caracterizó siempre. se podría decir como en el refrán: "Se dormía cuidando un tigre". Así en brazos de Morfeo se le encontraba en las bancas de la Iglesia cuando asistía a misa, en los partidos de fútbol en la cancha Camilo Torres; roncaba en la películas de Jorge Negrete o Pedro Infante, a veces creo que no murió, más bien se quedó dormido.
Trabajaba en su carpintería con una lentitud que crispaba los nervios a quienes de alguna forma ocupaban sus servicios, pero lo que todo el pueblo le admiró fue su devoción por acompañar al cementerio el cadáver de cualquier persona fallecida, a él no le importaba de quien se trataba siempre se ponía sus mejores galas al primer toque de las campanas cuando sonaban a duelo. Allí estaba Domingo. Jamás se supo de aquella actitud, pero se podía imaginar, que se tratara de dar cumplimiento a las obras de misericordia, "enterrar a los muertos".
Para mí, el viejo Domingo, fue todo un misterio. Jamás le conocí mujer, ni familia, ni vicios, pero lo que siempre he creído es que el nombre, fue bien puesto. El domingo se hizo para descansar y ¡Domingo, así lo atestiguó!

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