MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

lunes, 9 de noviembre de 2009

DOLOROSO RECUERDO.



Panorámica de Copacabana


Estando estudiando en la escuela Urbana de Varones en el año de 1951 y como de costumbre se celebraba el día de la raza. Aquel día no asistiría en comunidad al desfile, porque estaba incapacitado. Además del descubrimiento de América, en esa fecha, en la escuela de niñas se inauguraría por el alcalde, el cura párroco, entidades políticas, policía y la sociedad civil, un busto del libertador Simón Bolívar en todo el centro del patio principal.
Todo se haría con la mayor pompa. Los alumnos llevarían antorchas de colores, el colegio San Luis marcharía por las calles al compás de los acordes de la banda marcial; el cura y el alcalde, se dirigirán a los asistentes haciendo una apología al prócer de la patria, pero antes de descubrir el busto, un agente de la policía con su fusil, hará una descarga para darle la majestuosidad que el echo se merece.
La tarde estaba tranquila y fresca y nada hacía presagiar que algo malo podría pasar en la tranquilidad del poblado.
Mis amiguitos Fabio y Miro Montoya (primos), llegaron hasta mi casa y juntos nos dirigimos al parque con el fin de ver pasar el desfile. La banda del pueblo tocaba música colombiana y nuestras melenas se movían al compás de la brisa que descendía de las montañas, sonreíamos inquietos y por entre los mayores nos fuimos colocando cerca de dónde se descubriría el busto de quien había luchado por darnos la libertad. Todo era normal hasta que sonó el disparo. Miraba como la gente corría, no entendía el porqué. Fue cosa de segundos. Asustado miraba como muy cerca caían personas, todo era confusión. Vi en mi susto cómo el joven que tocaba el bombo de la banda del colegio, Jesús María Quintero a quien todos llamaban colorete, por sus cachetes colorados, se iba callendo con su instrumento dando saltos. No entendía nada, pero comencé a correr y en mi alocada carrera tumbaba todo aquello que me encontraba en mi camino. El pueblo estaba a oscuras, se sentía un olor a carne chamuscada. Se oigan gritos de dolor y angustia. No sé cómo ni cuando desperté de la pesadilla arrodillado y rezando en el patio de una casa. Al asomarme a la puerta que daba a la calle mis ojos desorbitados veían entre sombras cómo alzaban personas a una volqueta para llevarlos a la ciudad de Medellín.
En mi casa me esperaban muerto y todo porque mis dos amiguitos habían sido electrocutados por la primaria que el policía había tronchado con el disparo. Hoy todavía no me explico como no quedé ni levemente herido o mejor dicho sí. Dios siempre me ha cuidado y me ha llevado por caminos seguros.
De aquel suceso trágico murieron 10 personas y otras tantas quedaron con defectos físicos. El entierro se realizó conjuntamente entre llantos de un pueblo que para aquella época sentía el dolor ajeno como propio y que jamás podrán olvidar.

2 comentarios:

  1. Ay Don Alberto! Siento mucho lo sucedido, quizá tenga muchisimos años atras el accidente, pero yo sé que esas cosas nunca se borran de la memoria, y mucho menos, del corazón. Pero bueno, como dice usted, Dios lo ha bendecido, y eso hay que agradecerlo.
    Ojala y Dios me de tanta vida como usted, para algún día contar mis bellos y tristes recuerdos...

    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. Que triste que un dia de celebración se convierta en un cruel suceso y acabe con un entierro de diez, es muy triste.
    Suerte que tiene usted, y menos mal.
    Las cosas de las armas, el artificio, no se debe jugar con fuego. Un tio de mi marido perdio una mano al explotarle un petardo en mal estado, suerte que no le pasó mas.
    Un saludo y gracias por sus comentarios en mi blog.

    ResponderEliminar