En Copacabana el pueblo en que me crié hay una festividad religiosa que nos llenaba de contento a los niños. La Virgen de la Asunción, es la patrona del pueblo, es una imagen hermosa que ocupa la parte principal de Iglesia y que los feligreses adoran entrañablemente.
En agosto, los días 14 y 15, se rinde tributo a la reina del cielo. Para aquellas calendas, cuando la mosedad era mi compañera, pues no habían transcurrido como ahora: 25.550 días, 1.533.000 horas y 91.980.000 minutos, toda la municipalidad se preparaba con anticipación a la llegada de esos días. No había rincón en el poblado, ni familia que aunque pobre, no hiciera esfuerzos para estrenar su vestido nuevo. Las niñas se alargaban sus faldas y se ponían zapatos de tacón alto, se veían ya cómo toda una mujer y los niños...lo mismo de siempre. Pantalón y camisa, pero nos sentíamos orgullosos.
El 14 se llevaban acabo en el marco de la plaza jolgorios, la multitud invadía el contorno, las cantinas estaban llenas de los mayores que se emborrachaban hasta quedar cómo unas cubas; los enamorados se sentaban en las bancas a jurarse amor "eterno", las solteronas a criticar desde el atrio y después de haber comulgado, a todo aquel que pasara junto a ellas y los niños correteando como locos por los andenes y calles, llevándonos por delante a quien por desgracia se nos atravesara, pero faltaba lo mejor. Del campo llegaban los polvoreros. El cielo se iluminaba de fuegos artificiales. Voladores subían, estallaban y luces de colores brotaban como por encanto; tacos hacían vibrar con la explosión la tierra y para el final dejaban "la vaca loca", hacían con caña una imitación del animal, pero relleno de pólvora. La prendían y un hombre emprendía veloz carrera arrastrándola por todas partes. La gente corría despavorida por el temor a quemaduras, eso se volvía un maremágnum. Estrenes perdidos, zapatos sin tacones, peinados destrozados, gafas por el suelo, pañolones de ancianas rotos y los niños...muertos de la risa. ¿Podrá haber algo mejor?