Rostro fatigado
Llevaba mucho en la tarea de ir formando aquel
espectro, no perdía la oportunidad para traer del pasado capítulos que
matizaran la enseñanza; quería introducir en el vacío partículas de abolengo,
que quizás lo fortaleciera durante el recorrido efímero por el espacio nebuloso
e insondable. Ponía atención (eso se creía), hasta que se llegó el momento, en
que en un acto de sinceridad y con la rebeldía de quien no aguanta más tanto
desatino, fue escupiendo palabra por palabra lo escuchado, poniendo la ironía
posible para causar daño; no quedaba más que agachar la cabeza, el silencio
hablaba igual que un trueno escuchado desde las profundidades de las entrañas.
Supo por fin, que de tanta lucha, una cosa le quedaba claro: algo más entraba
por el tapete rojo tendido sobre la existencia ¡El remordimiento!