CASA CURAL DE COPACABANA FOTO HÉCTOR BOTERO
A uno se le ‘chocolean’ los ojos y se
pone hacer ‘pucheros’ al recordar las cosas tan simpáticas que tenía el pasado.
En la mayoría de los pueblos, realizaban el mercado dominical. Se ponían los
toldos para vender la carne; los bultos de frisoles, maíz blanco o amarillo,
los de papas capira y criolla; racimos de plátano verdes, pintones y maduros;
no faltaban las velitas ‘tirudas’ arropadas por pedazos de coco. La plaza
principal era un hormiguero de gente pueblerina y de hermosos ejemplares
campesinos. ¿Qué mejor ambiente, para llenarse de vendedores de novenas,
‘raspao’, conos, paletas, pirulís multicolores pegados a la vara de maguey, los
‘tubinos’ de hilos con las correspondiente docena de agujas? Eran ‘chotos’ y sabían que el pueblo estaba
lleno de ‘collarejos’ (personas buenas) y que ese día harían el agosto en
ventas.
En punto especial, se instalaba un ser
extraño. Hombre de cabello largo
amarrado con una cinta de color, buscando parecido al indio; patilla a lo
mexicano, quimbas en los pies, collares de amuletos en que no faltaba ‘la uña
de la gran bestia’; anillos de piedras no preciosas y cinturón ancho de
colores. Ya acomodada una caja, en la que iba apareciendo una culebra que él se
llevaba al cuello y que el circulo de espectadores estaba inundado de curiosos;
abría otra, que estaba repleta de pequeños frascos, en esa, estaba la panacea a
todos los males de la humanidad y… empezaba la verborrea: “hágame el favor
caballero y se corre para allá, la señora también, usted niño, no se me siente
ahí. Abran el ruedo señoras y caballeros para poder extender ésta serpiente. Este
animal lo voy a parar en la punta de la
cola por medio de secreto, porque miren, yo soy el hombre que conoce muchos
secretos. Yo me interné a la edad de 11 años en la selva con el indio Pie Plano
y el cacique Pluma Gris, ellos me decían: ‘matarrá marrora, queriendo decir,
que la naturaleza es sabia. No se arrimen señoras, caballeros y niños, porque
Maruja (la culebra), los puede morder. Solo yo tengo la cura para la mordedura
en uno de éstos frascos; así mismo, ahí, está el antídoto para el mal de ojo,
para ligar al marido, echar los malos vecinos, curar el dolor de espalda, desaparecer
el dolor de muela, curan la flatulencia, que lo hacía quedar mal en las
visitas, enamorar la mujer amada. Ya le dije mijito: quítese de ahí”. Vendía y
vendía frasquitos y cómo vino se iba, sentado en la banca de atrás del bus de
escalera.
Alberto.
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