DANIEL Y DAVID MIS NIETOS
Pedro y Petra, llevan muchos años de
estar casados. El tiempo ha hecho que vivan como si fueran hermanos, tanto, que
lo que siente el uno ya estaba dando vueltas en la cabeza del otro. Les gusta
las mismas chucherías: confiticos de menta, galletas de crema, bizcochos
tostados -de esos de paquete-, conos, paletas.
Se organizan los fines de semana o
días festivos, para dar un paseo por la ciudad, ¡claro que no muy lejos!;
sienten temor por aquello de la inseguridad. Ella, se pinta los labios con
recato: un poco de rubor en las mejillas, casi imperceptible, y se acomoda su
bata mientras Pedro deja ver su canicie, ya que hace tiempo botó el sombrero.
Pantalón de dril y camisa blanca de cuello almidonado y listo para salir. Al
pasar por la plazuela, Petra se antoja del ‘raspao’ que un vendedor callejero
les ofrece. ¡‘Vusté’, siempre tan antojada! ¿No mija?. No siás tan amarrao, ole
Pedro. Al escucharse, en el reloj de la iglesia, las cuatro campanadas, se
toman de las manos para el regreso. Petra, mira que en una caneca de basura se
ha tirado un ventilador por inservible y con marrulla de mujer, le dice: mijo,
vusté tampoco sopla.
Alberto.
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