MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 13 de mayo de 2020

LOS KIOSCOS


KIOSCO VIEJO DE COPACABANA

Traer desde por allá tan lejos, pequeños momentos vividos en esa cajita en que permanecía resguardado para no permitir que nadie perturbara la alegría, eso, no conlleva al esfuerzo. Copacabana era la cripta en que fueron ocultos los sentimientos más bellos que caben en el corazón de niño, joven y adulto. Corría el año de 1946 o 47, la administración y quizás la SMP (Sociedad de Mejoras Públicas), se propusieron darle al pueblo un lugar de esparcimiento; emprendieron la construcción del kiosco, aquel, de redondel, en que el aire, el sol, las golondrinas, pasaban sin encontrar obstáculos; en dónde las parejas se podían mirar al amparo del libre regocijo, sin que apareciera el escarnio o la duda, mientras en el pequeño y redondo cubículo de la administración, en el tocadiscos giraba disco de acetato a 78 rpm, con temas románticos. Cuando se empezó a constituir la distracción del conglomerado, el caguetas ocupaba el caserón en que estuvo una de las primeras capillas, en la esquina noroccidental del parque, diagonal a doña Concha Acosta, propiedad de Los Isaza, acaudalada familia; desde ahí, empezaba a fraguarse los juegos con que la chiquillada disfrutaba y sin querer queriendo, se volvían la calamidad. Los pobres albañiles en el día colocaban 7 hiladas de ladrillos y los “angelitos” en la oscuridad de la noche, tumbaban 3, escondiéndose del que salía buscar en los escondidijos.   

Aquella plaga de inocentes infantes desaparecía como por arte de magia, al divisar a ‘Patalán’ el inmenso policía que estaba de ronda en la noche. Lo bello, acogedor y tierno del lugar, recibió órdenes de conciencias mediocres de perderse de la historia y mucho también de culpa, al crecimiento de la población. Ya la juventud estaba posesionada en el cuerpo del infante de ayer, cuando en el mismo lugar apareció el nuevo disipadero de la comunidad. Un kiosco grande con plancha de cemento, administración con harta capacidad, un muro para resguardar el piano de 100 melodías, un piso embaldosado y varios meseros para atender la clientela. Éste, ya no era refugio de jugadores de ajedrez, ni tertulias con el padre Jaramillo, el romanticismo de lo sencillo lo desbarató la super población, esa, qué no tiene amistad y se pandea sin asomos de sentimientos, pero no por eso, allí, se quedaron engarzados bellos momentos, unos, con el sabor a anisados y otros, con el recuerdo de labios pulposos en el rostro de los primeros amores. Este, duró lo que le permitieron las raíces de unas matas de “balazos” sembradas en una era cercana que levantó el piso, dándole paso al actual. 

Alberto.   
      

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