Quién se mete a hablar del pretérito, se le va observando como amante de los cavernícolas, a alguien qué en el tiempo de las grutas volaba encima de un Ornitisquio (dinosaurio volador), es cómo dicen las gentes cachet, “pasados de moda”. Pero no hay tal. Eso de sacar a desempolvar el ayer, es verdaderamente agradable, convierte al explorador en un extraño ser que aun ejecuta la gratitud, una virtud desaparecida del contexto social; también tiene el encanto del minero aurífero, al menear la batea y ver en el fondo la chispa del anhelado oro. Por eso y otras cosas, es que hace el recordar, una alegría indescriptible, aunque por instantes se revuelva con alguna lágrima; sé sabe que son muchos de los que no entienden nada de ese ayer, y saltan de felicidad al ver medio escondido, algo que toca la fibra de sus ancestros, por eso, es grato ser contador de vivencias, limpiador de anaqueles en que reposan escondidos librejos de lomos raídos por el contacto de manos callosas, trato brusco de niños ávidos de saber o de dedos delicados de esbeltas mujeres apasionadas por el parnaso en que se agita el corazón.
Se hace la vida llena de alegría al recordar con amor, todo aquello bello que ha trascurrido durante nuestra existencia. Sí me recuerdas, es porque me haz amado. ¡Cuan grande es recordar y que triste es el olvido!
lunes, 12 de octubre de 2020
Aquel rinconcito que era Copacabana escondida entre las nebulosas del tiempo, se mantenía apacible, romántica, meneada por la brisa acompañada de trinos de ‘pinches’, cucaracheros y uno que otro sinsonte bajado de las montañas; por eso, al caminar las calles, se alcanzaba a escuchar el sonido de las máquinas de coser Singer, impulsadas por pies femeninos cubiertos par chancletas o babuchas de abuelas, cosiendo ropa de cargazón. La estampa familiar se observaba sin ningún tapujo, pues las puertas y ventanas eran atalayas para otear la pujanza de los hogares. Cada uno ocupaba el lugar que le correspondía: La que estaba atareada en la humeante cocina, la que con jabón Camel e inclinada, lavaba la ropa y junto a los carreteles de hilo, telas recortadas, dedales etc. no podía estar ausente el bebé semicubierto, pues sólo usaba una camisita y con las nalgas al aire, mientras en la boca con fuerte mandíbula agarraba un chupo semiamarillento por el uso, encasquetado en una botella de gaseosa Carta Roja, lleno de aguapanela con leche acabada de ordeñar y vuelta a calentar en el fogón de tres piedras en que la madre atizaba el carbón de leña.
Alberto.
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