MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 6 de abril de 2022




LA AÑORANZA QUE PERDURA

La mañana era fresca, el día despejado, una que otra nube se dejaba ver como moticas de nieve; decir que el poblado estaba en calma es una simple repetidera. Desde algún lugar del marco de la plaza, empujado por la leve brisa, llegaba a los oídos el sonar de un tiple solitario pulsado por la mano de un posible imberbe enamorado; los cuatro relojes de la torre de la iglesia marcaban fielmente la hora tierna de la alborada, la mano regordeta del sacristán halaba los rejos de las campanas, invitando a la primera misa, se arremolinaban pañolones negros, camándulas y algunos señorones de botas con carramplones que iban resonando por la nave central; las lámparas de bacará iluminaban el templo, ese cuadro ingenuo de religiosidad era algo así como el anticipo de la llegada de la Semana Santa que estaba rondando en el almanaque Pielroja colgado en la pared de la mayaría de los hogares. Los frentes de las casas recibían retoques de embellecimiento, las máquinas de coser estaban en constante movimiento en los domicilios de las costureras, nadie quería estar sin estrenar. Era una constante, el entrar y salir de la casa cural, las damas encopetadas e influyentes de la población y uno que otro de esos hostigantes que se pegan de un avión fallando.

Los tres primeros días de la semana todo era igual, carreras alocadas de los niños a la salida de la escuela; Marcos y el “mosco” llevando carbón en sus carretas, las filas esperando ser despachadas en el camión de la leche, la algarabía de los fogoneros a la tumbada de mangos o, gritando Copacabana Medellín, ¡súbanse qué nos vamos!; llegaba el jueves. La iglesia se trasformaba, estaba más iluminada, las flores multicolores le daban un encanto especial, los santos en sus nichos estaban cubiertos de una tela mora, incógnita el los niños; el templo permanecía repleto de gente orando y una gran parte de curiosos. Habían comenzado a llenarse las cantinas, sonaban las botellas junto con las copas. En la casa de mamaluisa (Luisa Guzmán) se hacía el sermón de prendimiento; las calles atiborradas de fieles, el párroco, sus coadjutores y los monaguillos; al pie del organillo el corista, todos sudaban, casi siempre ese día era canicular; la procesión era las más extensa en el recorrido y llegaba el viernes. El decorado del altar estaba matizado de brazos de árboles cortados en las veredas, para imitar un bosque, guaduas derechas ayudaban a la imitación. Sonaban las tres de la tarde; en el púlpito el padre Gómez Martínez gran orador religioso, empezaba con aquella voz entremezclada de dolor las siete palabras. Cuando llegaba el instante en qué Jesús muere, detrás del altar sonaban unos tacos las luces se prendían y apagaban, los árboles eran movidos y aquella parafernalia estremecía la feligresía haciendo llorar a las ancianitas de pañolón negro, a los niños de brazos; todo era confusión y silencio. Afuera, las cantinas apagaban los pianos…en la puerta un borrachito decía: “Me he bebido muertos peores, ¿cómo no me voy a emborrachar por éste?”.


Alberto.

 


 

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