AL ABRIR EL POSTIGO VI EL AYER
Hay sentimientos raros, bueno ni tan raro, porque es este de
amar intensamente el rinconcito acogedor, resguardado entre montañas en las que
habitan las manos callosas de la hidalguía, que un día veía en el amplio parque
el domingo de mercado, entregando el producto de su labor, amparado en la ruana
encubridora de esperanzas, carriel de nutria lleno de misterios y la peinilla,
espada para defender sus ancestros. Ese lugar, fue recorrido por las traviesas
piernas del infante que deseaba ir grabando trecho a trecho, los recovecos de
la hidalga, preclara y antañona población de la dulzura de las naranjas, el
tapetusa de Quebrada Arriba, los guayabales de la quebrada Piedras Blancas; los
“Niños” en Semana Santa y las grandiosas fiestas de la patrona los 15 de
agosto. Toda esa amalgama, mistura de encantos, se fundieron en la mente para
nunca dejar en el olvido. Un día de esos de cualquier año, empezó una cruzada
en contra de amancebamiento, contubernio
o concubinato, mejor dicho, no se podía tener moza gu amante; fue así que por
los campos aparecían junto a los plantíos
cerca donde estaba el espantapájaros una cruz de palo, eso quería decir
que ya allí, los que habitaban sin casarse se les había echado la epístola de
San Pablo y se acababa el “arrimadijo”, aquello era como capando leprosos que
no es sino sacudirlos; ahora sí podían hacer “cositas buenas” sin ningún temor.
Por aquellas calendas en que la quebrada Piedras Blancas era el gran balneario al aire libre, por donde caminaban a pie limpio Cometierra y Majín, en que se escuchaban los cantos de las bellas lavanderas y el golpe de las prendas sobre las piedras, lo mismo que el correr del cristalino caudal y en que en ninguna parte vendía comistrajo, se exhibían en tiendas lo mismo que en cantinas, sartas de chorizos, algunos de color rojizo, unos más pálidos que pecados veniales y aquel largo y grueso salchichón que ya fritos, iban a parar a las mesas de quienes aún estaban “copetones” o los ya borrachitos, con el fin de que ese consumo de grasa al ciento por ciento, les ayudara a llegar a la casa. El templo aquel día estaba repleto: La banda del colegio, las escuelas de niños y niñas; se pasaban pañolones, mantillas, cachirulas, olores a sudores diferentes, ruanas y uno que otro pachulí dejaba sentir su bálsamo; habían hecho escala en el Sitio con la momia de San Pedro Claver, apóstol de los negros. La quietud del pueblo se vino al suelo. Entraban, salían como hormigas; confusión, admiración, incredulidad, hasta golpes de pecho pidiendo a Dios perdón; de pronto entre el gentío por la puerta principal, salía una figura enjuta con ojos llorosos, entre sus manos una enorme camándula que no la desamparaba, era Susanita, que trémulamente balbuceaba: “Esto si es un verdadero milagro mi niño.”
Alberto.