Hay algo peor que estar loco. Es estar... cuerdo y vivir la realidad.En el siglo pasado cuando la juventud me acompañaba sucedió algo que aun recuerdo. Cerca del pueblo a una cuatro cuadras está el cementerio. Para aquel entonces, al iniciar el camino al Campo Santo, había una pequeña casa en dónde habitaban José Rivera y su anciana madre. A José, todos por cariño llamaban Chepo. Él se ganaba el dinero para la manutención, como fogonero o ayudante de los carros de escalera. Colaboraba a los pasajeros en lo tocante en subir a la parte de encima de vehículo la carga, cobraba el pasaje, pasando de banca en banca como un mico y diciendo: "oiga usted, el del rincón, no se haga el bobo", cuando la persona estaba distraída mirando el paisaje. Era de carácter alegre, andaba descalzo, pantalón de dril untados de grasa, pues cuando le tocaba arreglos en el carro, se metía debajo para alguna reparación.
Chepo, pasó un buen día a hacer de carácter huraño, no sonreía; se le veía por las noches subiendo al cementerio, del que bajaba tarde de la noche y al día siguiente más tarde y así continuaba alargando el tiempo de estadía en el camposanto.
En los primeros minutos de la alborada de un día cualquiera, un trabajador que bajaba del morro del cementerio a laborar, encontró a nuestro hombre enganchado en la raíz de un árbol, manos y piernas quebradas, lo mismo que varias costillas. Todos se preguntaban que había podido pasar. Chepo en el hospital terminó con la incógnita. Quería ser brujo, volar por todo el pueblo por las noches para ver sus luces desde arriba, mirar la casa de las mujeres bonitas y adentrase en sus sueños, dominar a sus enemigos, (que no eran pocos), conseguir comida para él y su madre sin esfuerzo. Pero lo malo es que Chepo no se levantó de aquel golpe y la brujería lo llevó a engrosar la lista de lápidas de personajes que nadie vuelve a recordar.