La humanidad se aroma de perfume para olvidar en algo el mal olor de la conciencia.
Nos sentimos insatisfechos por no ver físicamente a DIOS, pero, sí mirásemos la naturaleza, sí la contemplásemos; lo veríamos en las notas tiernas del pajarillo, en el cromos palpitante de las mariposas, en el volar artístico del ave, en el verde paz de la selva, en la claridad refrescante del agua. Lo podríamos admirar en el regazo tibio de la madre, en el lucero parpadeante de luz, en el lago dormido al arrullo de los peces, en la ternura de un abuelo, en el abrir a la vida de una flor.
Si quisiéramos escucharlo, bastaría con pararnos frente al mar ó adentrarnos en la selva y sí aguzáramos el oído, oiremos nuestro nombre traído por la tierna brisa matinal y escucharemos algo más: Un te amo, te estoy esperando.
No digas que no has visto a DIOS, lo que sucede es que andas con los ojos cerrados y cuando los abres es para no observar. ¡DETENTE! Míralo está enfrente de ti.
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