A nuestra casa, muy recién llegados a Copacabana, en un día cualquiera, se apareció una morena, que con su risa luminosa, ya que su dentadura enchapada en oro, con los reflejos del sol, era más brillante que la misma luz del "Sitio de la tasajera" -antiguo nombre de Copacabana-, para decirnos, que nos ponía a nuestra disposición los servicios de lavado. Una vivaracha mujer de piel de ébano, a quien no le faltaba el turbante en la cabeza, grandes aretes que colgaban con donaire en sus orejas al movimiento de su caminar rítmico, que cualquiera de las "reinas" actuales envidiaría. Los miércoles llegaba siempre con su sonrisa amplia, beso para mi madre y besos para nosotros; cantando y, bailando iba contando por piezas la ropa que tenía mi madre guardada y que ella después de contar, la ponía en unas sábanas, cuatro nudos y a la cabeza. Derechita se deslizaba por las calles hasta el sendero que se erutaba a la parte alta de la quebrada "Piedras Blancas", en dónde ella tenía su puesto de la lavado y sobre la manga verde depositaba su cargamento para dar principio a su labor.
Atao de ropa.
Los utensilios se componían de jabón, una piedra en forma de canoa y sus nervudos brazos, que en forma acompasada iban restregando hasta dejarlos impecable en su blancura; en los últimos días de la semana regresaba a nuestro hogar de la misma manera, riendo, cantando y mostrando sin pudor, que dentro de su blusa, temblaban unos senos rectos y macizos que guardaba para aquel hombre que la hiciera suya. Llegaba el limpio cargamento, con un olor a quebrada fresca, abundante de aguas, a golpe de cascada, rumor de trinos, suavidad de yerba fresca y de aquel aire candoroso que se derrumbaba de lo más alto de la montaña.
Por aquella quebrada se escuchaban cantos, risas y reproches, de mujeres que con sus espaldas al sol y siguiendo el cauce hasta un poco más abajo del puente de IMUSA, lavaban ropa de gran cantidad de personas.
Foto de Internet.Oh, negra María, cómo te recuerdo. Oh, lavanderas históricas, que con su movimiento rítmico dejaron limpia el alma de nuestra raza. Ignacio Mora Echavarría, en uno de sus escritos, evocándolas, decía así: "Las lavanderas se fueron por el río del recuerdo. Su figura, fresca y graciosa, pasó a ser una leyenda más del costumbrismo criollo. Su antañoso y efímero pasado, parece evocar entonces las notas quiméricas de aquel bambuco sentido.
"Sigue lavando, lavando, Oh! lavandera ignorada.
hasta llegar la eternidad..."