Aquel sábado el cielo estaba azul sin siquiera una nube que presagiara aquel día podría ponerse a llover o que ellas, hicieran ponerlo oscuro. Las montañas a lo lejos mostraban su majestuosidad sembradas por las manos callosas de los hermosos campesinos que antes que despunte el sol en el horizonte, se dirigen a las eras de su labranza para con amor dejar regada las semillas que con el tiempo crecerán para calmar el hambre de hombres, mujeres y niños. Habíamos hecho los mandados en el hogar que nuestros padres nos ordenaron aprovechando que era día de descanso en la escuela y que ellos, sabían que de alguna manera, eso tan pequeño, nos formában responsabilidades para el futuro. La llamada de la madre al desayuno con arepa (pan de maíz) untada de mantequilla, huevos revueltos y fríjoles del día anterior calentados y revueltos con tomate y cebolla (ahogado u hogado), tasa de chocolate y...a comer se dijo. La noche anterior con los amigos se había acordado que después de cumplir con las faenas hogareñas, nos encontraríamos junto al puente a lo que nosotros llamábamos la "quebradita" para irnos por las vegas del río, unas veces, otras por las riveras de la quebrada Piedras Blancas, una más, por las arboledas de las fincas cercanas en busca de unos animalitos que único mal que hacen es brindar sonoros cantos o llenar de colores el paisaje. Sí. Todos a una, teníamos hechos criminales artefactos fabricados con cuatro líneas de caucho pegadas en una punta a dos ojaletes de cuero clavados en un trozo de madera que llamábamos horqueta y en la parte de atrás un cuero recortado que denominábamos zoche en lo que colocábamos las piedras que íbamos sacando de una taleguilla en la que teníamos por montones.
Y llegaba el triste momento. Cómo criminales al asecho mimetizados entre las ramas de los árboles esperábamos silenciosamente por largos momentos que llegaran los pajaritos: azulejos, pinches, torcazas, sangre toros y siriríes; estirábamos los cauchos hasta dónde nos diera la fuerza, apuntábamos bien y...era un ave que ya no se escuchaba más en el pentágrama musical de la naturaleza y que pasaba volando hasta caer en la maleza y nosotros quedamos marcados para siempre con un dolor de nostalgia que no se nos borrará.
Qe juego tan sangriento!!!! Y de hecho, eso es un "jueguito" que muchos siguen aplaudiendo.
ResponderEliminarEn mi país a esos utensilios, se les llama Charpes, y de hecho mi padre algún día, también me instruyo cómo tirar con puntería hacía alguna lagartija o pajarito... Lo bueno es que yo nunca pude!