los nietos
“¿Qué tienes alma que gritas a tu manera y sin voz? Los caminos de la
Vida no llevan a donde yo voy” (Alfonso Reyes)
Cuando se va alejando de los juegos infantiles, como
aquellos: pelota envenenada, cauchera, trompo, perinola, la “chucha”, canicas
de bellos colores y tantos otros más, es porque nos adentramos escurridizos por
el túnel inclemente de la realidad. Se ha llegado a la etapa de no hombre y
tampoco se es niño. Se avergüenza de los juegos que antes hacían las delicias
por comenzar a labrar ilusiones que la mayoría son fantasías que revotan ante
la realidad. El destino es cruel y se ensaña al ir destruyendo implacablemente
cada una, dejando esparcidas por el sendero de la vida migajas de ensoñación.
Llega el instante en que no se mira a la niña por sus
cabellos despeinados por la brisa, ni el colorido del vestido, se busca la
mujer de figura seductora, de amplios pechos y caderas anchas que ruborizan el
pensamiento. Ya no atraen las cosas simples. Son poderosos los llamados del
sexo. Los sueños con ángeles montados sobre nubes en el cielo azul, pasan al
cesto del olvido dándole cabida a la ambición de dinero, para adquirir todo lo
que se ha querido obtener: propiedades, vehículos, comidas suculentas y
momentos de bacanales rodeado de mujeres espectaculares, bajo la mirada
corrosiva de la envidia. El panorama lo hace posible con la llegada de la
pubertad. Cuando alguien encuentra normal la transición, logra hallar el camino
llano, libre de pedruscos que hieran los sentimientos y las acciones son
diáfanas, libres de incertidumbre, por lo tanto, será el vencedor al final de
la jornada. Ha logrado salir victorioso sobre las tentaciones innatas al género
humano; es cuando, puede ir formando no un concepto o imagen ilusoria, ni un
engaño de los sentidos, ve con limpieza más allá del horizonte, irá fabricando
un futuro real y tangible, para que su porvenir no tenga crespones de luto que
entristezcan las añoranzas formadas cuando apenas despertaba ingenuo, al
batallar inclemente.
Cecilia y Verónica
Esas dos actitudes diferentes, hacen el contraste de
quien toma las vías de la irresponsabilidad, dejándose deslumbrar por la vida
sibarita, llena de excesos, caprichos insulsos y pasos falsos que conducen a la
frustración, desconcierto y la incoherencia; en cambio, el que ha sabido
sortear el límite con paciencia e inteligencia, es el ganador de la jornada
abrupta y áspera del trasegar de la vida. Éste, ha sabido cambiar la “delicias”
de lo material, por la belleza de los mandatos del espíritu, del dar sin
esperar recompensa.