Mi jardín
La imaginación volaba
con la misma forma oscilante del insecto lepidóptero que ama el néctar de las
flores. Hacía viajes cortos o extensos llevada caprichosamente por la suave
brisa y cuando la lasitud de éxodo le hacía detener, encontraba amparo en
alguna piedrecilla que sobresalía de aguas cantarinas bordeadas de verde
césped. Buscaba con ansiedad, amaneceres otoñales, en que ninguna nube empañara
el azul del cielo, para emprender los viajes agrupados en sus fantasías. Con la
fortaleza de sus imaginarias alas recorría espacios colmados de belleza,
rincones apacibles predestinados para el embrujo del amor, hogares matizados de
nobleza, verdes campos sembrados con manos encallecidas sobre surcos de paz;
hombres y mujeres bendecidos de humildad y niños de caras alegres acariciando
la edad dorada de los porqués. Cuando encontraba en el trayecto el efecto de su
búsqueda, la policromía de las membranas se avivaba en el colorido, formando un
arco iris de esplendor. ¡Era todo un paroxismo!
Desgraciadamente,
fueron pocos, por no decir nulos los hallazgos de la fantasía y no pudo
acomodar las imágenes del pasado al convulso presente. La alegría de la partida
se eclipsó con la amargura de la realidad; la magnificencia del ropaje, se iba
deteriorando con el entorno y las alas, se tornaron pesadas.
La belleza
No pudo escapar a la
mirada, los campos teñidos de sangre sobre los surcos otrora fértiles, ahora
enmarañados y solitarios. Agitó las alas para alejarse. Ya poco respondían.
Echó un atisbo sobre los hogares y solo encontraba desunión, libertinaje y
materialismo. Los aletazos eran cada vez más débiles y poco quedaba de la
brillantez de las extremidades. Buscó el sitio donde el amor se regodeaba,
vislumbrando vacíos de sentimientos, comprensión, fidelidad y perdón. Llorando
se aferró a un árbol y se dejó morir.