EL HOGAR
Como de costumbre el
pueblo estaba tranquilo; el asfalto de las calles solitarias hervía con el
calor, los pájaros volaban de la cúpula de la iglesia a los frondosos árboles
de mango, uno que otro se dirigía hasta el palo de algarrobo, dentro de esa
quietud en que se escucha el pasar de la brisa, apareció un muchacho que al
mirarlo daba la impresión de provenir de familia distinguida. Él, se presentó
cómo alguien amante de la aventura que andaba conociendo hermosos lugares de la
topografía paisa. Tenía una amplia sonrisa (contagiosa), espíritu inmenso de
colaboración, ayudaba a los cantineros a asear los locales, cargaba cajas de
cerveza y frescos; preparaba el tinto en las tiendas madrugadoras. Era una
hormiguita deambulando por Copacabana, sin muestra alguna de molicie, con esa
forma de ser se granjeó el cariño de Todos.
Un buen día vino hasta
el establecimiento de Carlos en la salida para el cabuyal, le dijo que Toño,
dueño de la cantina en la esquina de entrada a la calle del Comercio, le
mandaba decir que le hiciera el favor de prestarle media docena de botellas de
aguardiente y para que no desconfíe, espere que yo le digo que salga para
confirmar. Llegó hasta donde Toño y le dijo que Carlos le mandaba a decir que
sí le prestaba media docena de botellas de aguardiente y para que vea que es
verdad salga a la puerta que él está afuera. Ambos salieron y con la cabeza
asintieron. Jamás se volvió a saber del risueño embustero…colorín colorado,
éste cuento se ha acabado.