NO ME DEMORO
Da grima el ver
cuantas palabras que se usaban han ido desapareciendo del habla de un pueblo
parlanchín, que sí sé les tapa la boca lo hacen por el bolsillo de atrás. Un
conciudadano cabizbajo, opacado, aplanado y triste, es un renegado infiltrado,
al que se le deba abrir el ojo es síntoma de peligro inminente, ave de mal
agüero. Ya casi no se escucha: Acurrucarse (ponerse de rodillas), agallinado
(abatito de ánimo), ajualá (vehemencia a que suceda algo), Bastimento (alimento
necesario para la familia) Cachar (conversar largo y muy a menudo). Así
podríamos seguir hasta la madrugada (da pena porque se tienen que levantar a
trabajar), sin acabar. El llamado progreso ha ido dándoles entierro de tercera
y un montón de viejitos sentados en muelles poltronas, dizque grandes
historiadores, entre copa y copa de vino, van recibiendo cuanta cochinada se
vuelve entre el vulgo moda, aceptándolo cómo palabra castiza. El revoltijo del
amigo Cervantes allá en lo desconocido, no deja dormir a san Pedro, las once
mil vírgenes y cuanto pegajoso se halla colado. Lo triste es, qué esas
expresiones, se van desvaneciendo como un arco iris en un pantano de olvido,
algunas se salvan porque no falta un loquillo que les da cobijo resembrándola
en páginas que llegan a mentes preguntonas e inquisidoras que nos las dejan
morir en la indiferencia. ¡Jalar suena tan bueno!
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