PIDIENDO MONEDITAS
Se acabó aquel acto que abría el
corazón de especulaciones, desapareció de pequeños baúles a que iban a parar
los amores sencillos, anhelantes y castos, los pasos no culminan en el
intrincado recinto lleno de alambres, pilas y el tintinear del aparato comunicador
de telegramas a la espera de una carta que venía de un pueblo, una ciudad o un
país allende de las fronteras al que un día había marchado un ser querido. Es
difícil olvidar la alegría inmensa del hecho de recibir entre las manos, las
líneas de una caligrafía hermosa conque la pluma hería la blancura del papel,
se añora irreversiblemente ese temblor que recorría las entrañas al empezar a
romper el sobre. La duda asaltaba. ¿Traería en el fondo la noticia que se
deseaba? Estaba todo igual a cómo la última misiva en que en reunión de toda la
familia, el escrito se celebraba con alegría o llegarían malas noticias. Lo más
enternecedor de aquel epistolar transcurrir de antaño, era esperar de la mujer
amada el mensaje de que aún se estaba en su corazón, que pasaba horas enteras,
divisando el firmamento tratando de ver más allá, que una lágrima se descolgaba
al escuchar la melodía que un día los unió; bello y enternecedor era sentir
sobre el inmaculado papel, el olor exclusivo de su fragancia. Aquello, era una
noche de insomnio, un cabalgar sobre la especulación, un viajar hasta unos
brazos morenos para reposar en la soledad. Se fueron las cartas en las manos
del cartero de la destrucción del hoy, del recuerdo y el olvido.
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