PINTURA MARTA ESCUDERO
Desde hace tiempo todos venían en esa
forma semidormida. Era raro, algo hacía presagiar que no estaba lejos un
levantamiento con gritos, que se escucharían desde el lugar más recóndito del
bello planeta azul. Era extraño (lo creía así) que esa opresión que
perpetuamente hacía sangrar no solo la maltrecha carne sino ese trasfondo
oscuro lugar llamado el alma, fuera a eternizarse y que jamás a pesar del deseo
ferviente, no se pudiera extirpar ese quiste maligno aferrado desde el
pretérito a la ignominia. En el pensamiento se fraguaba odio, pero el grito
permanecía atollado en un lago de miedo, recelo, desconfianza y turbación. Esa
represa se iba llenando y desde puntos apartados el rumor que traían los
quejidos, empezaban a dejarse escuchar, era en aquella forma en que se es
despertado, por el susurro que viene desde las entrañas de la tierra cuando un
terremoto va anunciando su llegada. Ya se veía. El alzamiento no se conseguía
ocultar.
Los dueños de los predios verdes de
todas las naciones, mandaban a la universidad a los mejores críos, para
llenarse de saber, poder descorrer el velo impuesto y mostrar que el indio
quiere recobrar lo usurpado por el despojo. La labranza en manos de olvidados
lugareños, han descorrido el manto que ocultaba el horizonte y manifestar, que
la tierra es de quien la cultiva, que ellos alimentan, que dan vida y quieren
ser reconocidos. Los descendientes de maltrechos esclavos llegados obligados
por la infamia y la avaricia han ido llenando la universidad con excelencia,
mostrando que no existe la inferioridad. Se escuchan temblores entre los monopolistas,
acaparadores y logreros, que han pescado siempre para su canasto, olvidando que
el mundo es inmenso y que es igual un amanecer en el norte que en el sur.