MIL HISTORIA
EN LA MEMORIA
No hay poder humano que pueda detener
el pensamiento. Se atraviesa el recuerdo inmisericordemente, sin importarle la
afectación que causa con sus llegadas inoportunas y a las horas menos
adecuadas. Se vuelve un flagelo para quienes, el transcurrir del tiempo, hace
alejarse de la realidad, de esa, que aunque se vive no se comparte. Llega igual
que un haz de rayos luminosos, que se propagan en el sentimiento creando
imágenes algunas nítidas y otras, opacadas por el transitar del espacio que
existe entre la rotación de las épocas. En un abrir y cerrar de los ojos, se
encuentra divagando por los senderos del ayer; se escucha claramente el
torrente de aguas al pasar por entre matojos y se observa el aletear de la
mariposa al posarse sobre la roca verdosa por el lapso de antigüedad; el trino
de ave policromo, se enclava por los oídos, tocando dulcemente el alma con los
acordes de sinfonía celestial. Se escucha el ladrido de los perros, traídos por
el viento desde la cima de la montaña, cuando van tras la presa o en la noble
labor, de vigilar la paz de los amos.
La añoranza, revive esa infancia en la
que a Copacabana, llegaban con altavoces carros publicitarios de dentífricos,
jabones y artilugios de la efímera belleza. Los niños corríamos igual que
gacelas detrás de ellos. Allí venía el cine al aire libre ¡Dicha inmaculada!
Llegaba la hora en que, desde la
montaña, bajaba la sombra de la noche. Proyector mirando con su ojo de cristal
hacia la pared de la Casa Consistorial que se prestaba cómo telón. Gritos,
aplausos y de pronto, un silencio sepulcral; había iniciado la película. Tarzán
y Chita agarrados de bejucos, viajaban con rapidez por entre la selva, para
evitar que intrusos malvados asentaran los pies en la tranquilidad de la
espesura. La alegría de la chiquillería se convertía en nostalgia cuando salía
el malévolo letrero: fin…
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