FOTO DE COPACABANA GLADIS MEJÍA.
MARIPOSAS
La imaginación volaba con la misma
forma oscilante del insecto lepidóptero que ama el néctar de las flores. Hacía
viajes cortos o extensos llevada caprichosamente por la suave brisa y cuando la
lasitud de éxodo le hacía detener, encontraba amparo en alguna piedrecilla que
sobresalía de aguas cantarinas bordeadas de verde césped. Buscaba con ansiedad,
amaneceres otoñales, en que ninguna nube empañara el azul del cielo, para
emprender los viajes agrupados en sus fantasías. Con la fortaleza de sus
imaginarias alas recorría espacios colmados de belleza, rincones apacibles
predestinados para el embrujo del amor, hogares matizados de nobleza, verdes
campos sembrados con manos encallecidas sobre surcos de paz; hombres y mujeres
bendecidos de humildad y niños de caras alegres acariciando la edad dorada de
los porqués. Cuando encontraba en el trayecto el efecto de su búsqueda, la
policromía de las membranas se avivaba en el colorido, formando un arco iris de
esplendor. ¡Era todo un paroxismo!
Desgraciadamente, fueron pocos, por no
decir nulos los hallazgos de la fantasía y no pudo acomodar las imágenes del
pasado al convulso presente. La alegría de la partida se eclipsó con la
amargura de la realidad; la magnificencia del ropaje, se iba deteriorando con
el entorno y las alas, se tornaron pesadas.
No pudo escapar a la mirada, los
campos teñidos de sangre sobre los surcos otrora fértiles, ahora enmarañados y
solitarios. Agitó las alas para alejarse. Ya poco respondían. Echó un atisbo
sobre los hogares y solo encontraba desunión, libertinaje y materialismo. Los
aletazos eran cada vez más débiles y poco quedaba de la brillantez de las
extremidades. Buscó el sitio donde el amor se regodeaba, vislumbrando vacíos de
sentimientos, comprensión, fidelidad y perdón. Llorando se aferró a un árbol y
se dejó morir.
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