LA MEDIA NARANJA
Cuando la cigüeña revolotea por encima
de los tejados, es porque se vino otro barrigón a no dejar dormir, a sacarlo a
uno del puesto que ha ocupado en la cama, desde que el cura le dijo: ahí te la
entrego, chupe por bobo. En resumidas mis queridos, se pasa de señor de la
casa, a ser un simple segundón. Uno comienza a querer al “intruso” al momento
de sonar la última campanada del reloj, de reojo miras y son las 3 de la
mañana, frío aterrador, comienzas a dar vueltas por la habitación, cantas
semidormido y mientes cuando dices: ¡tal lindo el niño! Se juntan en ese
instante diferentes sentimientos, el amor, la compasión, la ira y el deseo de
volar y que nunca vuelvan a saber de uno, más, todo pasa, cuando el ‘caguetas’
se sonríe.
Todo ese abrebocas, para corroborar
que es muy poco lo que cambian los niños. Llegan inocentes cómo un suspiro de
San Luis Gonzaga y con unas ganas colosales de conocer esta bobadita de
despeñadero, lleno de zarzas entre las que se encuentra “la pringamoza”, que
hace herida de tanto rascarse. Ese desconocimiento, hace que cada amanecer, se
salga a una aventura, unas sencillas y chistosas, otras, cerquita del abismo
insondable del derrumbe de la existencia. El niño, siempre será un pequeño
expedicionario ávido de descifrar los recovecos de la vida, que se hace feroz
cuando al lado en el éxodo, no se encuentra el flotador extendido por la mano
de padres amigos, ya con largos años de conocimiento que atentos avisen de los
peligros que existen a la vuelta del camino. Los niños son los mismos de ayer y
hoy. Los que extraviaron el sendero han sido los padres.
Alberto.
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