EN FAMILIA
Ella es vieja, data de tiempos más
allá de la edad de hielo, la traída de la Llama Olímpica, al pueblo que se
quedó engarzado en el corazón. La inquieta memoria, le da sin permiso, irse a
vagamundear por cuanto recodo, le dio a uno por meterse en aquella juventud tan
‘paticontenta’. El pueblo desde temprano el 20 de julio, se ponía a revoletear
cómo cualquier abeja que se respete; por las ventanas arrodilladas, estaba
colocada la bandera, algunas llenas de fragancia y colorido, no faltaba
cualquiera puesta al revés y con unos colores que pareciera que era la pobre de
otro país, pero hervía el amor patrio. Se recuerda con nostalgia a su más
ferviente participante: Iván Córdoba, cívico, soñador y amigo, que aún la
porta, por allá en las altura.
Si me equivoco en fecha, para que voy
a pedir perdón; por allá en…1958, nos alejamos del Sitio, fuimos a dar a los
dominios de don Tomás Carrasquilla. Se partió trepados en el capacete de un
carro de escalera de la flota La Esmeralda acompañados de deportistas,
concejales y uno que otro pegado; se llevaba con cierto orgullo la antorcha
ahumada del pasado año, mientras en la parte de abajo, se escuchaba cánticos de
moda y una que otra grosería, era el ambiente natural de una pléyade de
cofrades de la hidalguía en busca de la paz. Palabras de despedida del alcalde
anfitrión, en que se usaron párrafos de cuentos de don Tomás, en que sobresalió
Peralta y la humildad de su espíritu. Cerca del pueblo una familia de
campesinos que venía a vender sus productos, que no conocían aquello del Fuego
Olímpico, se arrodillaron llenos de devoción, cuando alguien grito: “Todos al
suelo. ¡De rodillas! ¡Hincarse pidiendo perdón!
Se perdieron a la vuelta, no se volvieron a ver. La risa sigue resonando
por el túnel del recuerdo.
Alberto.
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