ENCIMA DEL OLVIDO
Aquel minúsculo artefacto, que el
diccionario llama “Tachuela del calzado”, llegó a ser moda en la década de los
50 y quizás muchas calendas atrás. Con el fin de proteger los zapatos,
especialmente los tacones, se adhería una media luna de hierro, para que en el
caminar no se fuera ‘comiendo’ la parte de cuero que corresponde al calcañar,
puede haber sido pensando en aquellos que tuercen una media o a esos de pata
tan brava que arquean el jarrete. Los condenados adminículos, eran amados por
los padres, pues se prestaban para la economía familiar, a esos ‘cachacos’ a la
fuerza con ínfulas desmedidas de aparentar, les encantaba el repique producido
a cada paso, pues las miradas interrogativas se lanzaban a sus zapatillas de
charol. El paroxismo, excitación y vehemencia, eran cuando en la misa de las 9
los domingos, por la nave principal del templo, un devoto, recorriera por entre
bancas hasta llegar al comulgatorio, el silencio se partía en mil pedazos y el
armonio con música gregoriana perdía la concentración.
El tío Chanito (Gonzalo) llegaba sin
anunciar visita, venía desde la cuna de nuestros ancestros. Campesino con el
desparpajo propio. Levantaba la cabeza en son de saludo. Iba hasta la cocina en
que estaba la dueña de esa parcela y de aquellos zapatos de cuero brotaba el
sonido de un par de carramplones retumbando tan estrepitosamente, que las
hormigas, lagartijas y cuanto insecto merodeara por el jardín, emprendían una
estampida hasta encontrar en las hendijas un lugar de salvación; sin mucho
protocolo le daba entender a mi mama el respeto. Con la rapidez de un
carterista se despojaba de aquellos dos tormentos que aprisionaba sus pies,
acostumbrados a la libertad en los arados, los caminos, las distancias. Con
desdén se apeaba del elegante vestido de ‘cachaco’ de dril azul, que colgaba de
la percha, hasta que tomara la decisión de regresar a su querencia.
Alberto.