COPACABANA EN EL CENTRO
Es a principios del siglo XVII que
comienza a mencionarse en los documentos a los peluqueros, aunque podemos
considerar el tensor romano, barberos y fabricantes de pelucas en la Edad Media
en Occidente, como verdaderos peluqueros en el sentido de peinadores. O sea,
pues, que el honorable empleo, es bastante antiguo. Alguna ocasión leía, que
cuando se llega a un lugar por primera vez, es bueno para conocer el sitio de
original mano, ir a la peluquería pues ya muellemente acomodado en la silla, el
fígaro se comporta como hiciera mucho tiempo te conociera; a cada tijeretazo te
va narrando la historia de la comarca y en menos que se persigna un cura ñato,
estás enterado en que territorio te encuentras. Son unos verdaderos guías
turísticos sin el mayor costo.
En la otrora apacible Copacabana, hoy,
con ínfulas de metrópolis y con el vicio de derruir el pasado; en la calle
principal (calle del Comercio), estaban empotradas las peluquerías del pueblo,
pequeños cuartos con la parafernalia requerida para el oficio de desmontar
copiosas cabelleras o a hacer milagros con los cuatro pelos de un engreído
calvo. Al entrar, se sentía el olor a talco de bebé, alcohol antiséptico y a
piedra lumbre, que se restregaba por donde la barbera había pasado con su filo
de bisturí, dejando algunas muescas con hilillos de sangre, para evitar males
posteriores o la infame tiña. Don Jesús González, dejó la ciudad de Medellín y
se instaló en el Sitio, trayendo nuevos cortes de cabello, aparatos más
modernos, lo que llamó la atención de los citadinos.
Un hombre serio, de hablar pausado y
de largas historias. Víctor Gallo, alto de complexión gruesa, en que no podía
faltar un inmenso tabaco en la boca, a medida que iba haciendo la gestión y
narrando los hechos acaecidos de la noche anterior, dejaba caer partículas de
ceniza sobre el pulquérrimo lienzo que envolvía el cuerpo del cliente. No
perdía lunes, para sus libaciones etílicas acompañadas con damiselas en lo que
se llamaba Las Camelias. Eleuterio Rivera, personaje más bien salido de un
cuento de terror. Tez trigueña, cabello ensortijado completamente blanco;
arrugas profundas en el rostro y sobre todo aquel raro contraste de las
antiparras. En uno de los ojos, el lente, estaba completamente empañado, para
evitar que el vulgo detectara que allí, no existía sino la cuenca y en el otro,
estaba despejado de vidrio, quizás por ello, era poca su clientela. El más
bello personaje de los barberos, lo era, don David Carvajal. Viejo alegre
inundado de historias. Hizo del oficio, la manera de que los enfermos y
lisiados, encontraran el modo de mantenerse bien rasurados. Cogía su bicicleta
y en la parrilla, cargaba los instrumentos y casa por casa prestaba el negocio.
El primer peluquero de servicio a domicilio; mucho de caridad y de visión. ¡Oh
tiempos!
Alberto.
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