CAMPESINOS EN COPACABANA EN DÍA DE MERCADO.
Cuando se ama, nada es
extraño que suceda. En el momento que la hamaca se vuelve danzarina al más leve
empujón, el cuerpo y la mente se refrescan con esa brisa tímida que el
movimiento va creando, ese bello instante forma la sensación de poseer el poder
de la ubicuidad, la universalidad y omnipresencia; de ese simple instante parte
la mente al viaje placentero de regreso al pasado en la nave de la quimera, la
añoranza y la nostalgia. Se parte al encuentro del ayer si atavíos, sin enormes
maletas, solo se lleva el alma y el corazón en que se guarda el amor a ese
rincón de Antioquia, que para ser el más paisa, se recostó a la montaña, sin
sacar sus tierras de las aguas del río, refrescando sus entrañas con las
cristalinas aguas de la quebrada en que sus hijos buscaron la chispa de metal
precioso, morenos brazos lavaron ropa ajena entre cantos y lágrimas y los niños
disfrutaron del encanto de sus aguas. Sí. Se llega a esa Copacabana acogedora
donde los muertos no se van, se quedan mirando desde lo alto del morro, es
desde allá, desde donde se lanzarán las cenizas para que recorran los caminos
que los pies ingenuos del niño transitaron buscando el horizonte.
El viaje de ensoñación
hace un descanso para contemplar la callecita agitada de otrora, que partía del
parque hasta Cuatro Esquinas; allí, sé sentía el olor a telas, paño, cuero que
provenían de almacenes manejados con decoro. En la puerta de la farmacia estaba
Pedrito Cadavid para aconsejar una pócima para la gripa o adentrarse al fondo para
preparar la receta del doctor Correa que en papeleticas cuidadosamente selladas
se despachaba la fórmula. Más allá, la tienda del ‘Mocho’ atendiendo la venta
de empanadas a la clientela llegada desde Quebrada Arriba; al fondo, ya casi
para llegar a la escuela de niñas, estaba el más juguetón de los almacenes:
Almacén el Niño, manejado por tres hermosas hermanas alejadas del himeneo, en
que los niños querían vivir “dopados” por los juguetes que tomaban vida en la
imaginación; era la vía obligatoria para liar la nobleza con la belleza de las
mujeres, era, la calle del comercio, mil veces recorrida.
Alberto.