COPACABANA Y A LO LEJOS LA CRUZ
No solo es en Antioquia
o en los pueblos fundados por los españoles, tal vez, esto sucede en toda la
pelota de barro llamada mundo, de que los condados y sus inquilinos, se
suscriban al tañer de las campanas de un templo. Es el imán de la población. El
atrio se convierte en sitio obligado del campesino para encontrarse, de los
oligarcas para hablar de negocios, de los desamparados de la fortuna y del
intelecto detrás de unas monedas, de los mozuelos en busca de los primeros
amores a las escondidas y el hábitat de las malas lenguas ‘dejadas del tren’
del himeneo, para despotricar hasta del cura del pueblo. No hay duda,
que después de la ermita, crece toda la actividad. Copacabana reafirma el
hecho, al ver la torre enhiesta como una atalaya supervisando el acaecer
diario, observado por palomas y golondrinas que en su altura hicieron los nidos;
ese lugar es el sitio de control del territorio en que vuelan mariposas;
“aguadulceras”, halcones encumbrados, tórtolas y colibríes que cruzan como una
exhalación en busca del néctar de las flores del guayacán amarillo, que tapiza
el suelo.
Para aquellas calendas
en que el pantalón corto cubría los genitales, sostenido por las cargaderas y
en que solo se pensaba en jugar con la pelota de números, los ojos observaban
con curiosidad el desfile de matronas que iban saliendo de aquellos caserones
de amplios portones, contra portones y puerta falsa, que estaban empotrados en
las márgenes del parque con rumbo a la ermita, pues la bella sonoridad de las
campanas había hecho la invitación alguno de los actos religiosos. Vestidas
rigurosamente de negro, media velada, zapatos negros de tacón cubano y con aquella mantilla de sedas importadas,
llena de flecos que les resaltaba el postín con que ellas, querían demostrar la
diferencia del resto de la población; provistas del reclinatorio que alguno de
los niños pobres o mucharejo ambicioso cargaba por unos centavos y en lo que
las señoronas ya dentro de la iglesia, acentuaban el orgullo al ser el
aparatejo unipersonal el que las desligaba del resto de la feligresía. En el
momento de la Elevación de la tapa del reclinatorio abollonada, bellamente
decorada donde recostaban los codos, salían librejos devocionarios y camándulas
enormes traídas desde Roma “bendecidas por el Papa”, que descargaban
duramente interrumpiendo el silencio y con los ojos cerrados demostraban
ostentosamente su enorme “devoción.”
Alberto.
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