MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 11 de marzo de 2020

LOS RECLINATORIOS


COPACABANA Y A LO LEJOS LA CRUZ

No solo es en Antioquia o en los pueblos fundados por los españoles, tal vez, esto sucede en toda la pelota de barro llamada mundo, de que los condados y sus inquilinos, se suscriban al tañer de las campanas de un templo. Es el imán de la población. El atrio se convierte en sitio obligado del campesino para encontrarse, de los oligarcas para hablar de negocios, de los desamparados de la fortuna y del intelecto detrás de unas monedas, de los mozuelos en busca de los primeros amores a las escondidas y el hábitat de las malas lenguas ‘dejadas del tren’ del himeneo, para despotricar hasta del cura del pueblo. No hay duda, que después de la ermita, crece toda la actividad. Copacabana reafirma el hecho, al ver la torre enhiesta como una atalaya supervisando el acaecer diario, observado por palomas y golondrinas que en su altura hicieron los nidos; ese lugar es el sitio de control del territorio en que vuelan mariposas; “aguadulceras”, halcones encumbrados, tórtolas y colibríes que cruzan como una exhalación en busca del néctar de las flores del guayacán amarillo, que tapiza el suelo.

Para aquellas calendas en que el pantalón corto cubría los genitales, sostenido por las cargaderas y en que solo se pensaba en jugar con la pelota de números, los ojos observaban con curiosidad el desfile de matronas que iban saliendo de aquellos caserones de amplios portones, contra portones y puerta falsa, que estaban empotrados en las márgenes del parque con rumbo a la ermita, pues la bella sonoridad de las campanas había hecho la invitación alguno de los actos religiosos. Vestidas rigurosamente de negro, media velada, zapatos negros de tacón cubano  y con aquella mantilla de sedas importadas, llena de flecos que les resaltaba el postín con que ellas, querían demostrar la diferencia del resto de la población; provistas del reclinatorio que alguno de los niños pobres o mucharejo ambicioso cargaba por unos centavos y en lo que las señoronas ya dentro de la iglesia, acentuaban el orgullo al ser el aparatejo unipersonal el que las desligaba del resto de la feligresía. En el momento de la Elevación de la tapa del reclinatorio abollonada, bellamente decorada donde recostaban los codos, salían librejos devocionarios y camándulas enormes traídas desde Roma “bendecidas por el Papa”, que descargaban duramente interrumpiendo el silencio y con los ojos cerrados demostraban ostentosamente su enorme “devoción.”

Alberto.   


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