MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 4 de marzo de 2020

LO QUE PUEDE PASAR


CERRO DE LA CRUZ COPACABANA

Cuando se recorría palmo a palmo el poblado acariciado por la brisa, poniendo cada paso sobre el césped viendo brincar los grillos; cuando a la vera de los caminos se recogían las frutas que caían de los árboles, escuchando el ladrido de los perros defendiendo el terruño o, el saludo desde corredor enchambranado de nobles rostros; era ese pasado que se quedó allá en la distancia acompañado de la fuerza vital del imberbe mancebo, soñador de ilusiones, de pantalón corto sostenido por cargaderas de cuero, soñador despierto de mundos apacibles, frescos cuerpos de diosas impúber; hogares sostenidos por los flechazos de Cupido incorruptibles ante los devaneos de la concupiscencia. Romántico contador de estrellas en noches sitienses, de comedores engalanado de comensales familiares, rodeando las blancas cabelleras de unos abuelos curtidos de la sapiencia que da el largo recorrido del camino de la vida. Esa paz del Copacabana de otrora interrumpida a veces por la música de Margarita Cueto, salida desde la cantina de Toño Toro o del Club de Rubio o, por el tañer de las campanas encara petadas en esa torre maciza y derecha como el alma del pueblo. Aquel ambiente de regocijo y ensoñación, eran el marco de sueños libres, almibarados y castos, de ese niño que nunca pensó que todo aquello que le besaba el alma, iría a morir.  

Con la “maleta” cargada de años ha vuelto al terruño y desde aquel atrio espacioso, limpiando las antiparras, echa la mirada queriendo divisar las añoranzas… ¡No! Ya no están. Con la visión borrosa descubre moles de cemento donde antes quedaban caserones hidalgos, el silencio de las tardes lo violaron el ruido de los vehículos, ¿la calma? Esa, la ensordece el sonido de las sirenas de la policía. Los vecinos no se conocen. La música campesina no existe, es otra la cultura del pueblo. Esto es apenas el comienzo. Los que mueven la tierra al derecho y al revés desde las curules, piensan en mega proyectos de expansionismo; en cierne está la mega-metrópolis que se lleva enredado en su ambición, hasta el último milímetro cuadrado de la pastoril cultura, se arrancará desde las entrañas mismas del territorio hasta el más mínimo vestigio del pasado; nadie reconocerá entre los rascacielos, que en ese mismo lugar hubo un castillo de los nuestros con puertas inmensas abiertas a la amistad, ventanas “arrodilladas” en espera de serenatas; patios empedrados hasta donde llegaba el sol a besarse con la brisa, solares arborizados en que cantos de pájaros eran el arrullo de la paz hogareña. No. Ellos jamás lo sabrán.

Alberto.     

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