MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

viernes, 15 de julio de 2022

SON COSAS OLVIDADAS



 

Eran como gemelos el río y el tren; recorrían largas distancias uno muy cerca del otro, pasaban por poblaciones, sembrados de caña dulce y huertas campesinas; el uno cuando quería hacerse sentir agitaba sus aguas dejando escuchar el rumor de su caudal, el otro, era un monstruo negro que iba dejando escapar humo, mientras se escuchaba en los polines el traquetear al paso arrollador. De este último, es que Copacabana de antaño tiene los recuerdos más gratos y alguno por ahí enredado que marcó con lágrimas su estrepitoso paso. La estación estaba en la margen izquierda del río Aburrá, era una bella construcción que incitaba al descanso por aquella frescura que brindaban robustos árboles de mango, la cercanía al afluente lo mismo que a la montaña. En el frente, grandes y cómodas bancas para que todo el que iba a viajar, posara sus glúteos mientras compraba los tiquetes o a la espera de la llegada del mixto para subir ya fuera al vagón de primera que eran de color rojo o a los populares pintados de verde. Atrás, aquellos predispuestos para el transporte de equinos, bovinos y porcinos que iban directamente a la feria de ganado de la capital, también se acomodaban productos de pan coger y mercancías, de ahí el nombre del mixto. Cuando desde la lejanía se escuchaba el pito, se movilizaban al margen de los rieles, chiquillos y algunos mayores para ofrecer comestibles a los viajantes ya fuera los que venían desde Puerto Berrio o los de Medellín que viajaban a lugares antes de llegar al puerto.

 

Existía mucha actividad en aquella acogedora estación, sin faltar las lágrimas de recibimiento o despedida. Cuando el cha cha empezaba lo mismo que el escape de vapor, por las ventanillas rostros extraños aparecían y en sus manos blandía trémulos los pañuelos en signo de amistad y gratitud. El cadenero o frenero, tenía junto a la carretera que conduce a Girardota, un pequeño cuarto en que pernoctaba y manejaba gruesas cadenas para detener el tráfico cuando la locomotora estaba próxima. Desde la cancha de fútbol de la Pedrera, en que los caballos, yeguas, potrancas y muletos de Encarnación Mora pastaban, se escuchaba la gritería cuando el balón alcanzaba gran altura lanzado por Gustavo Puerta, era el tiempo en qué, el que más duro le diera para arriba, era el ídolo. Un día la inercia, pasividad y la paz de la antañona se llenó de estupor. Aprendimos a colarnos en el tren para ir a ver cine en Bello ya fuera al teatro Rosalía o al Bello, porque en el Gloria duraba mucho una misma cinta, de regreso el tren mermaba la marcha, ahí, nos tirábamos, llegábamos felices. Un muchacho bueno del Tablazo (Samuel Quintero), quiso hacer la misma travesura…cuando la locomotora mermaba la velocidad, él, se lanzó en forma contraria, rebotó y cayó debajo de los vagones perdiendo la vida; ese compañerito de escuela que lloraba cuando el maestro esgrimía la regla castradora de inteligencias al no saber la tarea, dibujó en el rostro lágrimas amargas en los educandos de la escuela de don Jesús, la de las inmensas paredes, grandes ventanales, acogedores corredores, su fresca fontana y la piscina de aguas limpias.


Alberto.

 


 

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