MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

LOS MALOS MOMENTOS.


Foto de Internet
A un bobo grandote que todos llamábamos "Bastago" y, a quien los fogoneros -ayudantes de carros- no dejaban nunca en paz, lo sacaron de la vida "Sitieña", ellos mismos. Un domingo lo encaramaron sobre los lomos de un jumento, al que golpearon en las ancas, el animal encabritado, salió dando coces y saltos hasta que nuestro hombre dio contra el suelo, para levantarse a la Diestra de Dios Padre.

Copacabana 1970.
En la misma acera de la iglesia y después del hotel de "Pachita", en un pequeño cuarto, tenía don Belisario Toro su relojería y joyería, que atendía desde tempranas horas. Que ejemplar más hermoso era aquel distinguido señor; blanco, grueso. Con su vestido de pies a cabeza impecable, casi siempre de color negro. Sus gafas, las cargaderas, toda su vestimenta en completo orden. Jamás se le conoció otro vicio que el del trabajo y la honradez. Una de esas madrugadas y después de salir de misa de cinco que oficiaba el padre Duque, le salió al paso el negro "Pinocho" y golpeándole con algo contundente, lo tiró al suelo, dejándole inconsciente lo que aprovechó para robarle muchas alhajas que tenía en su negocio.



Foto de Internet.



Don Belisario Toro.
No se sabe sí la pena moral que aquello le causó, o sí, los golpes mellaron su salud, pero el caso fue, que don Belisario no salía ni a la puerta de su casa y poco a poco se fue alejando del mundo de los vivos, para sumir a su familia en profundo desconsuelo. Había llegado a Copacabana en esa mañana el primer acto delictuoso que ensombreció la tranquilidad del "Sitio de la Tasajera", que dejó a "Pinocho", cómo un hombre de alta peligrosidad.


miércoles, 22 de septiembre de 2010

LINDOS PERSONAJES.


Por la calle que conducía de la iglesia a la capilla de San Francisco, se hallaba el asilo de ancianos, en la acera del lado derecho y que se reconocía desde lejos, porque en el zaguán montadito sobre un taburete de cuero se encontraba San Roque, mostrando a los pasantes una de sus llagas, que conmovían a depositar las limosnas en un cajoncito que vigilaba el perrito en forma fiel y desinteresada (el perrito también de yeso).

Recuerdo así muy vagamente a la señora que lo atendía. Creo que nunca se sonrió, era de aspecto severo, siempre de luto y con su pañolón, que hacía digno marco a su personalidad. En aquella casa estaban: "José Gondo", Susanita a quienes todos querían en el pueblo. Susanita era una viejita pequeñita a la que no le faltaba nunca su pañoleta en la cabeza, el Rosario y un delantal con grandes bolsillos en dónde echaba todo lo que las personas le regalaban, siempre estaba dispuesta a hacer cuanto mandado de decían sin reproches se le veía caminar por todas las calles y siempre con
Susanita
"bendito sea Dios" o con: "tan linda la niña", o con aquella otra frase que desapareció de la boca y que tan bueno sonaba en los oídos:¡Qué Dios se lo pague!
Josecito (José Gondo), se mantenía con su pantalón de dril limpio, lo mismo que su camisa, aunque el pantalón era mucho más grande, al que retenía adherido a su cuerpo con un cordel. Siempre llevaba un palo que le servía de báculo, pues una de sus piernas era más corta que la otra y con las mangas de los pantalones arremangadas a la mitad de la pierna; siempre que uno se lo encontraba exclamaba: "está gondito", lo que hacía tocándole a uno el estómago, era otro que se le encontraba en todos los puntos más apartados de la población y así en sus caminatas le salió la "pelona". Estaban un día los novillos que traían para el matadero desperdigados y uno de ellos se había tomado por su cuenta el parque. El "bruto" se encaramó al atrio en el preciso momento en que Josecito entraba a la iglesia por la puerta principal, en su precipitada carrera el astado sin pensar dos veces, lo tiró con fuerza sobre el piso y de aquel golpe, nuestro querido personaje, no se levantó más.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

CUANDO NOS VOLVÍAMOS "SANTICOS".


Doña Concha Acosta.
En el costado sur-occidental, en toda la esquina había construido Doña Concha Acosta una de las más bellas casas del pueblo. Desde lejos se le veía su señorío, ella, era de baja estatura con aquella "moña" que distinguía a las personas mayores y que a la vez les daba un aire de respeto y elegancia; como todas las familias del pueblo, había construido un hogar digno y religioso, de ello, daba claras muestra su hija mayor, Carlina, la que por esos azares de la suerte o porque se entregó en cuerpo y alma al Señor, se quedó virgen y al servicio de Dios y todo lo tocante con sus ajetreos terrenales. Ayudaba a los arreglos de la iglesia para las festividades de Semana Santa, en el día de la patrona, se movía cómo una hormiguita, pero en lo que se distinguía siempre, era en lo concerniente al tiempo de preparación a los niños que ya estaban listos en edad para recibir por por vez primera la Divina Eucaristía. Reunía a los párvulos en su casa en dos jornadas, una en la mañana y otra en las horas de la tarde. Enseñaba el catecismo, el Señor Mío Jesucristo, El Yo Pecador que nos hacía repetir hasta que nos lo aprendíamos de corrido, así mismo, nos decía la mejor manera de llegar a los pies del sacerdote en el confesionario para decirle nuestros pecados de impureza, las palabras "feas", los juramentos en falso, de porqué no habíamos asistido a la Santa Misa.


Después de habernos recalcado una y otra vez sobre nuestros pecados, nos daba la explicación de cómo tendríamos que recibir la Sagrada Hostia, haciendo inca pié en tener cuidado en no irla a dejar caer, qué ese sí era el mayor pecado, ya que sí ésto por desgracia nos llegara a suceder, era que el diablo estaba en nosotros y que Dios nos tenía cómo niños malditos; por eso cuando el momento llegaba estábamos con tanto




miedo que nos temblaban las "canillas" y sólo nos hacía volver a la realidad el saber que en la casa nos estaban esperando los regalos de las familias vecinas y la de nuestros familiares. La quebrada de la olla con sus innumerables sorpresas y sobre todo la pelota de caucho con su abecedario envuelta con un papel transparente, brillante y chirriador que nos despertaba el alma; los que venían a la fiesta nos besaban y decían: que era el día más feliz de toda nuestra vida y así lo hacían saber en las postales que nos daban en las que aparecía la Virgen en todas sus advocaciones, tan hermosa, con el Niño Jesús en los brazos, en dónde nos decían que sí nos manteníamos lejos del pecado nos iríamos derechitos para el cielo o aquella: "Qué tú alma se mantenga limpia y pura, cómo en éste día". Qué bellos consejos, pero que equivocados estaban. Lo primero que hacíamos al llegar con nuestra pelota nueva, era decirle al primer amiguito:" ¿Maricón, me vas a tumbar?". Después de hacer la primera Comunión, no podíamos faltar a los primeros viernes de cada mes, a los que íbamos de la mano de nuestra madre o en comunidad de la mirada severa de nuestros maestros, con camisa azul clara, pantalón blanco y tenis del mismo color de los que se componía el uniforme.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

ÉPOCAS PASADAS...


Mercedes y Jorge Curi
Después de algún tiempo de haberse marchado el circo, regresaba otro, que también vicitaba a Copacabana con mucha frecuencia, pero en éste no había trapecistas, ni contorsionistas, ni nada de eso que a los niños nos gustaba tanto, no. éste era de comedias y dramas que a los mayores atraía tal vez más que el anterior. Para asistir nuestros padres se vestían elegantemente y cuando nos llevaban, lo primero que nos advertían era un buen comportamiento. El circo de don Martín Maruprás, se llenaba de bote en bote, o como dicen los taurinos: "hasta las banderas", cuando el anunciador lanzaba a los cuatro vientos la invitación para ver a Marujita y a don Martín en la sensacional, espectacular, inigualable y conmovedora obra; "Genoveva de Brabante" y a fe, que los resultados saltaba a la vista. Aquello más bien parecía un velorio. Llanto por doquier, pañuelos que salían de los bolsillos de los señores o de las carteras de las señoras, llegaba a tanto la consternación de los asistentes, que, los "fogoneros" -ayudantes de carros- que dañaban un bautizo, permanecían en silencio, lo que debía de tomarse cómo un rotundo éxito de la obra.

Foto de Internet
En el mismo espectáculo venían artistas del canto que actuaban durante el intermedio y que muchas veces eran tapados por el vendedor de chicles, frunas, crispetas, cigarrillos y demás embelecos de la época; los tríos cantaban canciones de los Panchos, de los no menos famosos, trío Calavera, los hermanos Rigual, o de aquel Jony Albino y su trío San Juan, que a los enamorados los ponía en éxtasis y que se lanzaban miradas acarameladas que alguna suegra interrumpía con un pellizco doloroso que a la linda damita la ponía incómoda ante sus pretendiente de turno, no es de extrañar que de aquel circo hubiera nacido más de un romance y que haya terminado en la nave principal de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Pero como aparecían aquellos espectáculos, igual que arte de magia, así mismo, desaparecían. Hasta que un día nos dijeron adiós para siempre, de la misma manera que se han ido todas las cosas que formaron nuestra antioqueñidad; sólo queda en el alma el hermoso recuerdo que apesar de la lejanía permanece aferrado a nuestro ser con las cadenas que nos quitamos del cuello, para ponérnoslas en el corazón.



miércoles, 1 de septiembre de 2010

EL CIRCO NOS SACABA DE LA RUTINA.


El pueblo se convertía en un hormiguero cuando en un destartalado carro, con altavoces se iba anunciando la llegada del circo "Tawer", con sus malabaristas, acróbatas, trapecistas y aquellos payasos, con los que reíamos a mandíbula batiente después de cada travesura. "Retazo" y "Charuto", todos los días de permanencia se robaban el espectáculo en aquel pequeño circo, con su carpa desteñida y llena de retazos, que en poco beneficiaban a los concurrentes. En aquellas tardes frescas de antaño cuando después de salir de la escuela, corríamos con nuestras maletas terciadas al hombro, para llegar al punto en dónde las directivas habían situado aquel redondel de alegría, que siempre lo fue una manga que existía en la "Pedrera". Las miradas nuestras se dirigían por debajo de la carpa, buscando a la trapecista que nos tenía alelados, con su batica corta y colorida; aquellos escotes pronunciados y atrevidos, que nunca veíamos en nuestras mujeres y que algunos vigilantes tiraba por la borda al descubrirnos y decirnos la palabra que a ningún niño de esos momentos le caía bien: "DESPARPAJEN", salíamos a la carrera antes de que de pronto le dijeran a la policía, pero al rato nos pasaba el susto y regresabamos por otro lado para tratar de descubrir los misterios que dentro de aquella lona verde existían.


Foto de Erica de la Vega.
En lo más alto de mástil central, se colocaba el infantable parlante, que entre disco y disco iba apareciendo una voz amena que invitaba a toda la ciudadanía a que se hiciera presente en las funciones de vespertina y noche y, los sábados y domingos, _que era cuando nos dejaban ir_, presentaban, matiné, vespertina y noche, muchos de esos festivos nos triplicábamos, es decir, asistíamos a las tres funciones y gozábamos de lo lindo montados sobre aquellas tablas impuras que nos "mordían" las piernas o que alguna astilla se nos introdujera en las manos, pero eso que podía importar, si estábamos completamente radiantes. De aquel alto parlante salían empujadas por el viento las más hermosas notas, cómo las sentimentales de un bolero de Nestor Chaires o de un ritmo bailable cómo aquel que decía: "El vaquero va cantando su tonada y la tarde va muriéndose en el río". En las casas y en la escuela nos pasábamos haciendo planes para no perdernos ni una sola de las funciones y más, cuando decían qué estaban próximos a terminar la estadía, ofreciendo entradas de "gancho", amenazando con irse, se demoraban un largo tiempo sin que se ruborizaran de tanto mentir.

Foto María Ovejero.
Pero cualquier día que corríamos a mirar...ya no quedaba más que el rastro vacío revuelto con cajetillas desocupadas de cigarrillos "Pielroja", cajas de fósforos el "Rey", bolsas de "recortes", una sombra redonda en la grama, unos huecos en circunferencia y un pedazo de nuestro corazón, pues se habían llevado con ellos la alegría de todo un pueblo, el que regresaba a su tranquilidad habitual a las filas en la taquilla del teatro Gloria, para asistir a una película de David Silva y María Antonieta Pons en dónde se cometían unos atracos de "raca mandaca", que terminaban en un elegante bar, con bailes de danzonetes y beso prolongado.