Mercedes y Jorge Curi
Después de algún tiempo de haberse marchado el circo, regresaba otro, que también vicitaba a Copacabana con mucha frecuencia, pero en éste no había trapecistas, ni contorsionistas, ni nada de eso que a los niños nos gustaba tanto, no. éste era de comedias y dramas que a los mayores atraía tal vez más que el anterior. Para asistir nuestros padres se vestían elegantemente y cuando nos llevaban, lo primero que nos advertían era un buen comportamiento. El circo de don Martín Maruprás, se llenaba de bote en bote, o como dicen los taurinos: "hasta las banderas", cuando el anunciador lanzaba a los cuatro vientos la invitación para ver a Marujita y a don Martín en la sensacional, espectacular, inigualable y conmovedora obra; "Genoveva de Brabante" y a fe, que los resultados saltaba a la vista. Aquello más bien parecía un velorio. Llanto por doquier, pañuelos que salían de los bolsillos de los señores o de las carteras de las señoras, llegaba a tanto la consternación de los asistentes, que, los "fogoneros" -ayudantes de carros- que dañaban un bautizo, permanecían en silencio, lo que debía de tomarse cómo un rotundo éxito de la obra.
Foto de Internet
En el mismo espectáculo venían artistas del canto que actuaban durante el intermedio y que muchas veces eran tapados por el vendedor de chicles, frunas, crispetas, cigarrillos y demás embelecos de la época; los tríos cantaban canciones de los Panchos, de los no menos famosos, trío Calavera, los hermanos Rigual, o de aquel Jony Albino y su trío San Juan, que a los enamorados los ponía en éxtasis y que se lanzaban miradas acarameladas que alguna suegra interrumpía con un pellizco doloroso que a la linda damita la ponía incómoda ante sus pretendiente de turno, no es de extrañar que de aquel circo hubiera nacido más de un romance y que haya terminado en la nave principal de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Pero como aparecían aquellos espectáculos, igual que arte de magia, así mismo, desaparecían. Hasta que un día nos dijeron adiós para siempre, de la misma manera que se han ido todas las cosas que formaron nuestra antioqueñidad; sólo queda en el alma el hermoso recuerdo que apesar de la lejanía permanece aferrado a nuestro ser con las cadenas que nos quitamos del cuello, para ponérnoslas en el corazón.
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