Don Jesús Molina y la rectora de la escuela de niñas
No he creído que a alguien se le pueda olvidar los momentos hermosos pasados en la escuela. Son varias las estampas que quedan grabadas de la niñez en la que abandonamos la casa paterna y el rincón de la cama de los padres con aquel adormecedor calor del hogar o los arrullos de una madre mimosa que con la suavidad de un pétalo, desliza sus dedos por la enmarañada cabellera. Ha llegado la hora de inmiscuirse en el intrincado mundo del saber. Sí. Pero no es tan fácil. Vamos a conocer tantos niños que quien sabe si haremos buena amistad con ellos. Habrá algunos ya mucho mayores que nos infunden miedo por el temor que se aprovechen de esa circunstancia y nos puedan golpear, pero mi papá dice que yo ya soy un hombrecito y eso me da valor. Pero lo que más me confunde es el contacto con los maestros. Cuando llegué me gustaron los patios de recreo, la piscina, la fuente que estaba en el centro del patio principal; uno de los maestros tocó una campana muy sonora que estaba colgada de una viga en el corredor, había llegado la hora de formar. De pronto escuché una voz femenina que dijo mi nombre. Usted hágase para éste lado con los otros niños que serán mis alumnos de primero, no he podido entender porqué le decíamos señorita pues tenía un embarazo que no podía ocultar. Era doña Marta Gaviria. El que tocó la campana, don Hernando Hoyos y así fui aprendiendo los nombres de quienes serían los encargados durante cuatro años de llenárme el cerebro de números, letras, rectángulos, cuadrados etc.
Don Hernando se echó un discurso sobre cómo deberíamos comportarnos en la escuela y por último nos presentó al rector. Don Jesús Molina. No era alto, pero grueso, elegantemente vestido, mirada severa que se asomaba por entre unas gafas que dejaba resbalar por la nariz para mirarnos, de inmediato sentí temor y le pedía a
Don Jesús Molina por aquellos años.
Dios en ese instante, que ojalá nunca me llegara a tocar con él en los cuatro años de primaria. Era un hombre dedicado con alma y sombrero al magisterio, estricto, disciplinado, no le gustaba el desaseo y cada que se paraba en el corredor nos pedía que aunque fuéramos pobres, no lleváramos la ropa rota, ni sucia, que le dijéramos a nuestras madres que nos sacara las niguas de los pies y de las manos mientras desde el saco sacaba un cigarrillo que aspiraba con devoción, era un gran fumador. La cartilla en que aprendíamos las primeras letras llamada Alegría de Leer tenía en una de sus páginas un dibujo en que se mostraba un niño siendo brutalmente castigado y con una leyenda que decía: "LA LETRA CON SANGRE ENTRA" y eso la hacían a la perfección nuestros maestros. Para ello mantenían una regla de buen tamaño en el escritorio que usaban al primer error cometido. Don Jesús, cuando alguien del alumnado había cometido una falta, hacía filar a todo el personal, con una mano por detrás en la que tenía la regla y con la otra, señalaba al infractor, lo hacía subir al corredor y allí lo castigaba; pero era peor, cuando era alguno de sus hijos aludiendo "que la ley entra por casa". Don Jesús era amante del deporte, con especialidad el
Dios en ese instante, que ojalá nunca me llegara a tocar con él en los cuatro años de primaria. Era un hombre dedicado con alma y sombrero al magisterio, estricto, disciplinado, no le gustaba el desaseo y cada que se paraba en el corredor nos pedía que aunque fuéramos pobres, no lleváramos la ropa rota, ni sucia, que le dijéramos a nuestras madres que nos sacara las niguas de los pies y de las manos mientras desde el saco sacaba un cigarrillo que aspiraba con devoción, era un gran fumador. La cartilla en que aprendíamos las primeras letras llamada Alegría de Leer tenía en una de sus páginas un dibujo en que se mostraba un niño siendo brutalmente castigado y con una leyenda que decía: "LA LETRA CON SANGRE ENTRA" y eso la hacían a la perfección nuestros maestros. Para ello mantenían una regla de buen tamaño en el escritorio que usaban al primer error cometido. Don Jesús, cuando alguien del alumnado había cometido una falta, hacía filar a todo el personal, con una mano por detrás en la que tenía la regla y con la otra, señalaba al infractor, lo hacía subir al corredor y allí lo castigaba; pero era peor, cuando era alguno de sus hijos aludiendo "que la ley entra por casa". Don Jesús era amante del deporte, con especialidad el
Marina Molina
fútbol. Cuando estaba de buen humor jugaba con nuestros trompos y los tiraba a la mano con especial baquía haciéndolo bailar en una de las uñas. Dios me hizo el milagro. Primero, segundo, tercero, cuarto y jamás estuve en el aula con do Jesús, pero ya mayor llegué a ser un gran amigo y admirador de mi primer rector que por los avatares de la vida nunca volví a ver.