Foto: Mario Correa.
"Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver. Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer". ( Ruben Darío)
"Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver. Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer". ( Ruben Darío)
En los pueblos pequeños, todo el mundo se conoce. Desde el primer año de escuela se conforman amistades que perduran en el tiempo. Hay quienes logran encumbrarse y desaparecen del poblado, son carcomidos por la ingratitud hasta tal punto, que niegan el nacimiento en el pequeño villorrio; hay algunos que se cambian de nombre y jamás vuelven a transitar por las calles que los vio recorrer cargados de canicas, de trompo en la mano o jugando perinola en la esquina del hogar, Sacan de la memoria a la niña aquella que a la salida de la escuela le daba miraditas de soslayo que lo hacían enrojecer. Esos son para olvidar. Se habla de los que siempre son amigos en los momentos grandiosos que da la vida o en las bajadas inauditas que esconde la existencia. De aquellos que de cabeza cana, hijos y nietos, te brindan una sonrisa, que te invitan a pasar a la casa y te dicen: viejo cómo estás. Esos mismos que en el ayer recorrían trochas, veredas, qué se encaramaban a los árboles de naranjas y mangos para recoger los apreciados frutos; los que hacían clavados desde las piedras que circundaban la quebrada y salían a la superficie con vanidosa sonrisa; de esos mismos que fueron castigados por los maestros por una falta leve que los sacó de casillas; sí, de aquel que lloró, por no saber la tarea de aritmética y a quien el "educador" le dijo: ¡Burro! Son esos los que se han quedado habitando en el corazón y que no es raro qué en sueños estén presentes y en la realidad se amen.
Foto: AMV.
La lozanía de aquellos años primaverales se ha extinguido. Hoy, prominentes arrugas, cubren el rostro; los cabellos son copos de nieve o escasos; las manos son temblorosas, los ojos hacen esfuerzos para mirar el contorno y los pies se arrastran o necesitan un apoyo extra. ¡Todo ha cambiado! ¡ Se ha llegado a la cúspide de la vida!
En los viejos campanarios de las iglesias se agitan las campanas, el repique triste, es el que invita a los feligreses a acompañar el féretro de alguien que ya cansado, ha dejado de existir, llevándose consigo la experiencia acumulada por tantos años y qué, un minúsculo grupo de amigos le dicen adiós...
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