Foto: Monografía de Copacabana. Altar de la Virgen de la Asunción.
"Cuando se quiere estudiar a fondo el amor humano, cuando se quiere llegar a su esencia, nos topamos con Dios. (?)
Había comenzado anochecer. Ya la luna se insinuaba en el cielo. La claridad iba bañando los techos, las calles; los monumentos enclavados en el parque y a las personas que poco a poco se arremolinaban alrededor del atrio de la iglesia. Era un 14 de agosto, día anterior a las festividades de la patrona: la Virgen de la Asunción.
Por diferentes entradas al marco de la plaza, hacían su aparición, campesinos que bajaban de sus veredas, enclavadas en la cima de la montaña. Familias enteras, hasta con niños de brazos, descendían para observar los fuegos pirotécnicos, que cada año desde tiempos inmemoriales ha celebrado la población a su amada patrona.
Desde Quebrada Arriba llegaron los polvoreros, magníficos artesanos de la pirotécnica que llenos de inventiva, elaboraban hermosas obras de arte religioso con los fuegos artificiales. Aquello hacía que los contertulios quedaran con la boca abierta, sobre todo, los niños. De su creación, Salió aquella noche, un volador (cohete) gigante, bautizado cómo 'pabellón'. Costaba de más pólvora que hiciera al artefacto acender hasta grande altura; al explotar llenaba el cielo de colorido e iluminaba el contorno, llenando de luz y sombras la majestuosa plaza. Para que el asenso fuera lo deseado, adhirieron la 'flecha' de la espiga de la caña brava, larga y de poco peso.
Procesión con la Virgen, año 1955.
Hernán salió de la casa como todos los niños llenos de alegría porqué los padres le dieron el permiso. Corría para no perderse ni un solo instante. Entró risueño y jadeante por entre la multitud, para situarse en la esquina suroccidental. Salió raudo el cohete cuando se despegó de las manos del polvorero. Subía y subía...estalló...las luces policromas se expandieron, los miles de ojos estupefactos y en menos de un minuto, Hernán yacía en el suelo atravesado el cerebro por aquella vara que descendió desde gran altura para cortarle la risa del rostro a quien apenas iniciaba una vida.