Foto: Monografía de Copacabana.
"La resignacion, es el talento de la impotencia" (Vargas Vila)
Se ha repetido, sobre la inmensa paz que se respiraba en el pueblo, por la década de los años 50. Cuando el reloj, allá en el campanario, daba armoniosamente las tres de la tarde, muy pocas personas caminaban por el parque principal. Alguna que otra anciana, desfilaba por el amplio atrio, ataviada pulcramente, para visitar la iglesia, después de saludar al párroco, que caminaba lentamente, puestos los ojos sobre el breviario.
Un día cualquiera, apareció un imberbe joven ¿de dónde y por qué llegó? ¿Nunca se supo! El caso, es que pronto se granjeó el aprecio de dos acaudalados dueños de negocios, separados por una cuadra de distancia. Uno de ellos, tenía una cantina bien surtida, a la cual no le faltaba clientela a pesar, ser de una carácter ácido cómo de limón; el otro, en su esquina poseía una tienda de abarrotes en la que vendía de todo, ya fuera por unidad o por cantidad.
Nuestro aparecido monzalbete, era utilizado para llevar o traer desde la tienda, cualquier artículo, que fuera necesario. Traía cigarrillos, tabacos, fósforos, cajas de cerveza y aquello que tanto se consumía en las cantinas ¡El aguardiente! Jamás decía no a nada y con una sonrisa entre los labios hacía el recorrido, llevando religiosamente el dinero que como pago le entregaban. Se había ganado la admiración y respeto por su conducta honorable.
Foto: Monografía de Copacabana.
Pasaron varios meses y todo marchaba bien. El joven por sus mandados ganaba para pagar su dormida y alimentación. Un día llegó hasta donde el dueño del negocio de abarrotes y le dijo que el señor de la cantina le mandaba a decir, que le enviara 10 botellas de aguardiente, que después se las pagaba, pero que esperara, que iba a ir dónde él, para que saliera a la puerta y se diera cuenta, que era verdad; llegó a la cantina y le dijo al dueño: que el propietario del abarrote, le mandaba a decir, que sí le podía prestar cierta suma de dinero y que para que constatara que era cierto, saliera a la puerta; ambos salieron y alzando los brazos se hicieron señas de aprobación. Todavía, nuestros hombres, lo están esperando...
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