Panorámica del pueblo.
"El hombre sabio, incluso cuando calla, dice más que el necio cuando habla" (Thomas Fuller).
El tiempo no se perdía en aquello de juguetes infantiles. Muchos venían desde los antepasados, otros, los craneaban en sus cerebros habidos de aventuras. Todo era aprobechable cuando de divertirse se trataba. De las hojas de las palmeras, cuando ya cansadas, caían al suelo en estruendoso golpe, eran recogidas al instante. Se recortaba, dejando sólo la parte ancha que era una canoa; se le untaba cebo por debajo para que le ayudara a ser más rápida; luego, todos se encaminaban a las mangas del cementerio y allí en las bajadas, se apostaba al que llegara primero a la parte de abajo. Al tomar velocidad, muchos se caían dando volteretas que sacaban risas y el llanto de quien en los tumbos, rasgaba la camisa con voladura de botones; descocida de pantalones y alguna no despreciable raspada de codos y rodillas. Ese deleite de la velocidad y del airecillo puro que golpeaba la cara, no se pueden olvidar nunca.
Se salía a pequeños bosques a buscar arbustos de higuerilla. El tallo de la hoja era cilíndrico. Lo cortaban por ambos lados. Se llegaba a la casa; del jabón que la madre usaba para el lavado de la ropa, tomaban un buen pedazo que iba a parar a una olla con agua, en donde de tanto agitarlo, la espuma era abundante, pasaba luego, a un frasco de boca ancha; se introducía el tallo para al soplarlo suavemente salieran hermosas bombas con el colorido del arco iris que se lanzaban al viento, éste, se encargaba de llevarlas más allá de la mirada. Daba angustia, cuando se reventaban sin cumplir el cometido.
La Santa Cruz que guarda al pueblo.
En ciertas partes de la población y no muy lejos, a orillas de las quebradas, encontrábamos matas de bambú. Las más derechas eran cortadas y de los canutos hacíamos algo así cómo una jeringa. Por una parte se dejaba hueca, por el otro lado, se la hacía un orificio. De un palo liso y recto en una de las puntas, adheríamos pedazos de trapo de alguna prenda vieja quedando el émbolo listo para succionar el agua que arrojábamos a los compañeros, la mejor de las veces; pero, también nos granjeamos más de un problema, cuando irrespetuosamente, lazábamos el chorro a los transeúntes desde un matorral en que nos escondíamos o a los pasajeros del carro de escalera, quienes nos gritaban palabras terminadas en utas…