Nina Vélez 1930.
"El corazón de todos los inviernos vive en una primavera palpitante, y detrás de cada noche, vive una aurora sonriente". (Khalil Gibran)
Puede ser una manía genética o sólo algo inherente con los años, eso de estar haciendo viajes constantemente por el pasado; pero sea lo que fuere, es algo que llena el alma de contento y, algo más, es agradecerle al ayer, todo aquello que nos hizo ser feliz; es cómo desligarnos del mal generacional de la ingratitud. No se puede desechar por ningún motivo, las horas vividas en compañía de los padres, cuando el hogar, aún estaba unido por la vida y la paz de la morada, donde se calentaban los sentimientos al arrullo del ejemplo. Sacar del recuerdo a los institutores, la vieja escuela de tapias, los recreos, las animadas caminadas en estricta formación hasta la cancha de fútbol de La Pedrera, lugar, en que nos desinhibíamos y más de una pilatuna se cometía; cómo aquella, de pegarle en las canillas de los compañeros con ramitas de pringamoza o aquella sorpresa de ver a don Alfonso, maestro de segundo, levantando la tapa del pupitre, para tomarse tragos de aguardiente en plena clase. No se puede omitir el dolor de ver el primer muerto y que éste haya sido un compañerito de la escuela, electrocutado durante un desfile del 20 de julio, cuando tan animado llevaba su antorcha. De la misma manera, quedó para siempre la usurpación de unos cuadros, que nuestra madre amaba y que la maestra de primero, nos pidió para adornar el salón y que jamás regresaron al lugar de origen.
Máquina de cocer antigua.
Se viene así, sin cronología, los pensamientos más dispares guardados anacrónicamente en la evocación del corazón. En las vieja y derruida capilla de San Francisco, quedó revoloteando aquel primoroso instante, en que a escondidas, se galanteaba a la bella niña de trenzas, adornadas de pequeñas flores y el momento que de sus manos se recibió un pañuelo perfumado -hecho premeditado-, que duró mucho tiempo guardado en el bolsillo de atrás del pantalón y que todas las noches a escondidas, se le depositaba un beso. No se puede pasar el borrador del olvido, el tiempo de las navidades, cuando con la dirección de Margarita Quintero (hermosa voz), subíamos en tiempos de la novena del Niño Dios, al coro de la iglesia y con unos pajaritos de polietileno llenos de agua, acompañábamos el canto de los villancicos; nos sentíamos tan importantes que mirábamos de soslayo a los demás niños, además, estábamos seguros, qué el Divino Redentor, por nuestra 'devoción', nos colmaría de traídos y que no cabrían debajo de la almohada. ¡Bendito ayer!