Alumbrado de Copacabana 2012.
"La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días" (Venjamín Franklin)
Era raro aquello de que se salía de la escuela por vacaciones de diciembre y en vez de dormir a pierna suelta –cómo queríamos hacerlo cuando estábamos estudiando-, se despertaba con el primer canto del gallo. Los padres sí que lo deseaban, para recuperar sueños atrasados; sobre todo la madre que le tocaba estar pendiente del último detalle en la presentación: peleas para el baño, limpieza de oídos, planchada de ropa, ponerle botones a la camisa, que jugando los habíamos perdido en la cuneta; cepillada de dientes, vistazo a la maleta y ya bien peinado, la bendición para que nada nos pasara en el transcurrir del día. Pero ese descanso no les llegaba. Con infinita crueldad, nos disponíamos arrancar las travesuras y necesitábamos que nos dieran el desayuno, para lanzarnos al encuentro con la naturaleza. Juego de pelota, bolas, trompos; ir a los charcos de la quebrada a zambullirnos en las limpias aguas. De los radios se escuchaban los villancicos y música parrandera. Al inhalar con fuerza el aire limpio, entraba por la nariz olores de viandas navideñas entre mezcladas; unas veces olía a natilla que se confundía con el de los buñuelos, éstos, eran consumidos por el olor a caldo de gallina que hervía en el fogón acogedor de cada casa, rociado con cilantro y el condimento del amor.
El farol de la paz.
Al no haber grandes construcciones, ni empresas de químicos, ni nada que hiciera ser peligroso el elevamiento de globos, se compraban pliegos de papel para fabricarlos. El cielo se inundaba de multicolores zepelines, ‘cajas’, ‘trompos’, ‘cojines’ y tantos, cómo la imaginación pueda ir creando. Antes de llegar el 16 de diciembre, la familia salía hacia los morros en busca de artefactos para a hacer el pesebre. Se estaba parte del día en ese rebusque. Se cantaba, los chistes brotaban como por encanto; de ese encuentro familiar, se formaron idilios, que muchos llegaron hasta el altar. En esa comunidad, se anticipaba la degustación de los manjares navideños y los mayores se tomaban uno que otro aguardiente, mientras los pequeños no dejaban de hacer pilatunas que muchas veces ponían en riesgos el fogón de piedras atizado con leña del lugar. El globo se elevó y se llevó con él hasta las alturas, la fraternidad y las costumbres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario