Una etnia olvidada.
"La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar" (Thomas Chalmers)
Por allá en la década de los mediados del 50, se observaba sobre los tejados las antenas de televisión, claro, que muy pocas; la gente del pueblo no era lo suficientemente boyante para darse esos gustos, preferían ir al teatro Gloria, a ver películas de vaqueros americanos, los charros mexicanos o aquellas de humor, en los que sobresalía Cantinflas, Tintan y el espectacular bailarín Resortes. Pero, más se demoró en que alguien se diera el lujo, para que por envidia o el cansancio de estar en la sala de cine en que a cada momento se reventara la proyección, instante en que los ayudantes de camiones, se dedicaban a tratar mal al operador con palabras de grueso calibre. Las familias distinguidas, les tapaban los oídos a los niños, mientras rezaban, para que todo se solucionara a la menor brevedad. En medio de la oscuridad se escuchaba una voz que decía: “soltá la llanta”, expresión entendida, cómo qué, el que estaba en la manipulación, era homosexual. Con el aparato receptor instalado en la sala, se dedicaron a ver telenovelas, como aquella famosa: Un Ángel de la Calle, que hizo llorar hasta el que tuviera pacto con el diablo.
El hijo mayor que había marchado del hogar, buscando nuevos horizontes, un día regresó. La costumbre, era llegar con regalos para el grupo familiar. La caja estaba herméticamente sellada y el peso ponía a la imaginación a hacer conjeturas, que desaparecieron al ver un flamante televisor que hizo saltar de alegría al hermano menor y humedecer los ojos de los padres, que aún no lo podían creer. La alegría no estaba completa; sabían, que la compañía del hijo pródigo, era por poco tiempo. Con un tufillo de superioridad, les
manifestaba que el aparato no necesitaba antena aérea y que era lo último en USA ¡Qué bueno! Además traía un soporte con rodachinas para que lo pudieran cambiar de lugar sin maltrato. Tomó su sitio; enchufe y toma hicieron conexión y…entonces, quedaron matriculados en la era moderna de la comunicación.
Los hábitos familiares dieron un vuelco. El ama de casa, después de los oficios domésticos, se sentaba cómodamente a ver programas de caricaturas o la telenovela, antes de la llegada del niño de la escuela y el viejo patriarca, de pocillo de café en mano, se dejaba caer muellemente sobre su sillón, mientras encendía un cigarrillo, a esperar que fuera la hora de las noticias. Notó él, y lo manifestaba, que aquel invento, era lo mejor que se había creado para inducir al sueño. Los ronquidos así lo atestiguaban.