Algo de lo que se encuentra en un carriel.
"Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años" (Habraham Lincoln).
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Í, las cosas no son estáticas. A cada giro de las manecillas del reloj, perciben el cambio sistemático y lo que en el ayer era síntoma de vergüenza, hoy es una ‘virtud’ o digno de ser seguido para no ser llamados retrógrados, pasados de moda e inamovible de un ayer. A quienes hoy, todavía sobrevivimos del siglo pasado, se nos hace caótico aceptar la violencia de los cambios, aunque existen algunos que nos llenan de beneplácito, a decir verdad, son pocos.
El rompimiento del núcleo familiar, la extravagancia de tantos derechos, han hecho posible la apertura al caos que reventó la paz entre la humanidad, que escogió caminos equivocados. No todo lo de ayer es bueno, ni es absurdo lo que tenga que ver con los tiempos actuales, el desequilibrio fue romper de un solo tajo las dos épocas.
Los padres del trueque existencial, psicólogos y sociólogos, embadurnaron la mentalidad de un mundo expectante, se aprovecharon de la situación para cada cual por su lado, demeritar lo instituido, acabando con las normas, escribiendo cuartillas enteras llenas de derechos; eso, hizo que, la familia se debilitara y al romperse la médula en que se reclina la generación, el derrumbamiento es hasta las cepas; el producto son los llantos de hogares perdidos, cárceles hacinadas, reformatorios para drogadictos, calles por donde deambulan igual que zombis jóvenes de ambos sexos infestados por los alucinógenos, hijos que rechazan sus padres.
Feligresía.
Niñas con olor a orines, embarazadas, sin que sepan quién será el padre de la criatura, por la promiscuidad en las relaciones sexuales.
El futuro de la sociedad anda a la loca, como el judío errante con pasos inciertos, inestables, dentro de una penumbra cada vez más oscura. Solo al final del túnel, se vislumbra una pequeña luz, que hace que el corazón palpite de esperanza y le de fuerzas para tratar de salir al otro lado; ese destello fortifica, reanima, destruye la incapacidad y le da vida a los deberes, asesinados por plumas enfermizas de poder y ambición. La luminosidad se abre intensamente ante los ojos y se puede ver un Dios que te invita a revivir.