MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Y...EXPLOTÓ.

Estará caliente.

"Duerme con el pensamiento de la muerte y levántate con el pensamiento de que la vida es corta" (Proverbio).


El transporte interurbano del pueblo de 400 años, era manejado por familias. Estaban los Arango y los Gaviria, que constituyeron las flotas Montecristo y la Esmeralda, pero, había otros, que se ha aunaban, sin tanto poder económico. Era el caso de los Carmona. Tenían un condominio a la salida del poblado en el sector del Mojón. Allí parqueaban sus vehículos de antiguos modelos, que lavaban o les hacían pequeñas reparaciones mecánicas, para mantenerlos en buen estado para el transporte.
Luis Carmona, era alto, delgado y de insipiente calvicie, introvertido, casi huraño, lo que se llama por estos lados “de malas pulgas”; se volvía energúmeno cuando alguien pagaba el pasaje con un billete de alta denominación. Muchos ciudadanos evitaban hasta donde les fuera posible, utilizar sus servicios.
Junto a la estación del ferrocarril, exactamente en el lugar llamado la Pedrera, estaba situada la bomba de gasolina, en la que se abastecían de combustible, aire y montadero de las llantas, así mismo, estaban uno dos mecánicos a la espera de clientes para hacer reparaciones en los motores o daños similares; no era raro, ver a toda hora en el lugar, diferentes modelos de vehículos a la espera y sus dueños en la pequeña cantina que el dueño sagazmente colocó, para que a los propietarios los tragos de licor los desinhibiera de la larga espera. Una mañana llegó Luis, a montar la llanta de repuesto personalmente, quizás por economizar unos pesos. Le había puesto el parche al neumático, lo introdujo en su lugar, le puso el aro de la forma en que estaba acostumbrado; pasó a tomar la manguera conductora del aire, la conectó al gusanillo y se trepó en la mitad de

Para montar dos caballos.

La llanta. En el cielo pocas nubes perturbaban el azul del firmamento. La tranquilidad era la misma de siempre. A lo lejos se escuchaba la sirena de la fábrica que indicaba que era hora de salir almorzar. En el traga níquel de la pequeña cantina se escuchaba a Margarita Cueto; el perro le ladraba a unos gallinazos arremolinados sobre la carroña, las campanas del templo  sonoras y su tañer se deslizaba por encima de los negros tejados. Nada hacía presagiar que la calma se rompiera. Una fuerte explosión se dejó escuchar. Luis voló por los aires envuelto en una nube de polvo y la tierra se volvió roja.   

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