MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 27 de marzo de 2013

LA QUERENCIA.

Opinión en los muros.


“No perdamos nada del pasado. Sólo con el pasado se forma el porvenir” (Anatole France).

S
e le compró la jaula después de haberles sido regalado el canario y desde que llegó, inundó de trinos el hogar; esa sonoridad, hizo que alguien le diera el nombre de ‘Carusito’, en recuerdo del tenor italiano. Daba gusto llegar y verlo entonado en su refugio movido por la brisa; se sentía tan plácido en su nueva morada, que dejaba escuchar su canto hasta en horas de la noche. Cuando llegaba después del trabajo, iba acariciarlo y él, amorosamente se posaba en su mano. Una tarde repitió la escena, él, hizo lo mismo. Lo estaba esperando. Realizó el corto vuelo y cayó muerto en la mano que ya era su querencia.
En el recorrido de su existencia, no le ha podido faltar el perro fiel que lo acompañe; de niño en sus travesuras y de adulto, para compañía de soledades y recuerdos. Algunos partieron como saetas dejando el amor del amo inconcluso y con un interrogante envuelto en lágrimas. La mayor parte, se llenaron de vejez a su lado, tiempo en que se amaron y disfrutaron de juegos alocados, de caricias, saltos y ternuras de ambos lados. Cuando hacían su aparición de cachorros, buscaban un lugar, que se constituía en el preferido para descansar y otear los movimientos de cada uno de los seres que amaba o esperar con movimiento de la cola y sonrisa en la mirada, la hora de pasar a la ‘mesa’. A ese sitio, los conducía el presentimiento de que su tiempo había llegado al fin, no sin antes echar una mirada melancólica al grupo familiar, que con amor, les brindó hogar cobijado de ternura, salpicado de besos y caricias, que ellos, correspondieron en forma superlativa, eso los dejaba descansar en paz.

Pintura y talla.


L
a actitud de los animales, le dijo, que él, no podía ser inferior. Cuando en las notas publicadas en el Blog, se hace referencia a un lugar específico, es con el único fin de no olvidar, las montañas que sirvieron de cuna, la brisa que la balanceó, los ríos y quebradas que le dieron arrullo, los maestros que formaron una vida para el mañana, los amigos que entraron hacer parte del cotidiano vivir, las niñas que con su belleza, matizaron las horas de las primeras ilusiones. Ese idílico lugar, fue el que el destino hizo, que fuera escogido, para ser la querencia en la que duermen los recuerdos.      

miércoles, 20 de marzo de 2013

LAS COSAS DE LAS MAMÁS.

Noche de luna llena.


El vivo vive bobo y el bobo, de su trabajo.

Se Vivian los encantadores años de la juventud, cuando pasó la historia. La hermosa madre, que salía poco a la capital y cuando lo hacía, era para visitar a sus hermanas; tres solteronas que se quedaron vistiendo santos, por aquello de la vida, más no por falta de belleza y, otras oportunidades, para hacer compras de artículos, que no se hallaban en el pueblo. En una de esas ocasiones le dio por comprarle al hijo menor unos calzoncillos de nailon, material que para aquellas épocas sólo usaban las mujeres en sus prendas íntimas. Hoy todavía se pregunta: ¿de dónde los sacó? Y, ¿cómo fue qué se los puso? Regalo es regalo y más si viene del amor de la progenitora; beso en la mejilla de agradecimiento y chantada del obsequio, sin pensar lo que se le venía pierna arriba.
El día de la inauguración de la encantadora y delicada prenda, lo fue un domingo cuando su equipo de fútbol, jugaba un partido. Fueron llegando todos los componentes a cambiarse de ropa en una zona apartada, donde lo hacían para evitar miradas curiosas y no escandalizar a los niños ya que era al aire limpio. Todo hasta ahí iba muy bien. Se paró para bajarse los calzones y ponerse la pantaloneta; fue el momento crucial. Todas las miradas de los compañeros posaron en él. Explosión de risas en principio, después, los comentarios subidos de tono, cómo aquel: “muchos no lo imaginábamos, pero no creíamos” o aquel otro: “cuando vaya a orinar sentado, nos avisa y uno más: “¿te pusiste los calzones de tu mamá? Sentía que la cara le cambiaba de colores; no sabía sí llorar de rabia o irse a las manos con quienes se mofaban ante el regalo de su madre hecho a mala hora y en el tiempo no adecuado. Se calmó y entró en el juego de las chanzas. El padre le había creado en la conciencia el valor de la personalidad.
 

Bifloras.

Le echó mano a ese maravilloso recurso e impávidamente, siguió con la mayor naturalidad acabándose de cambiar, lo que dejó a sus compañeros sin recursos para seguir la burla. Cada que les tocaba jugar, ya en su patio o fuera de él,  se colocaba sus calzoncillos de nailon, regalo de su madre, el ser más bueno que jamás haya conocido. Sabía que en alguna de las mentes, se incrustó la duda de su verdadera identidad de género, que hoy respaldan dos hijos, esposa y tres nietos.

miércoles, 13 de marzo de 2013

PARA NO OLVIDAR.

Consumidor de carroña.

"El primer paso de la ignorancia es presumir de saber" (Baltasar Gracián".


L
a candidez del pueblo y sus gentes, lo hacía que fuera tranquilo y casi que olvidado por el resto del departamento. Los habitantes de la ciudad capital, los nombraban peyorativamente: montañeros, por la usanza en el vocabulario de palabras casi que olvidadas de un español antiguo; por su vestimenta, compuesta por ruana, carriel y sombrero y muchos de ellos, de pie descalzo. Las mujeres usaban mantillas, moña en la cabeza, sin escotes, vestido hasta más abajo de las rodillas y mangas al tope de la mano; ellas, sí, la mayoría usaban zapatos. La virtud, estaba enseñoreada en cada una, eso hacía que los hogares, fueran compuestos para tiempo indefinido.  
Las escuelas, se llenaban de niños y niñas, que querían aprender lo que sus padres no quisieron o no pudieron. Al salir de las aulas, ya fuera en la mañana o la tarde, el parque principal se veía atiborrado de escueleros que marchaban a sus hogares en locas carreras, dejando caer en el afán, reglas, cuadernos, lápices y borradores; hacía parte de aquel éxodo, el tropezón en el dedo gordo del pie desnudo, en alguna piedra con la que estaba compuesta la calle.
Muy pocos de los educandos de la escuela, pasaba al Instituto San Luis, Alma Mater; de los que llegaban a tercero de bachillerato, último curso con que contaba, pasaban por el colador una ínfima parte. La mayoría, terminaban ahí; solo unos cuatro o cinco, seguían a alguna de la universidades de Medellín para hacer  carrera, lo que hacía que toda la familia se trasladara de la población a la que nunca volvían y olvidaban por completo su pasado; la mayoría, cambiaban
sus nombres extraídos del almanaque, vieja usanza, para adaptar, las de hombres del celuloide americano.
                                                                             Naturaleza en mi hogar,


A
lguno de esos, conseguía título, que lo acreditaba para hacerse digno de un empleo bien remunerado y que le daba imagen dentro de la sociedad. Por casualidad se encontró con un condiscípulo de la vieja escuela. Éste, lo llama por el verdadero nombre y le dice: Jesús, ¿vos ‘sos’ el que nació en la calle del Comercio de Copacabana? Está equivocado. No me llamó Jesús, sino, Henry y, no sé dónde queda ese pueblo.

miércoles, 6 de marzo de 2013

UN PUEBLO FRUTIFERO.

Pintura de casa antigua.

"La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio. (Cicerón).


P
ara aquel entonces, el universo no había sido golpeado con la destrucción del medio ambiente. El campesino sabía en qué meses debía sembrar y en cuales cosechar. Al principiar un nuevo año, existían las cabañuelas, que eran el vaticinio correcto de los meses de verano y de lluvias. No se equivocaban. Eran más los moradores en los campos que los de la zona urbana; desde el centro de la población, se observaban fincas descargadas en las laderas de la majestuosa montaña, rodeadas de árboles salpicados de colores de los diferentes frutos, visión que atraía la mirada de los niños ávidos de aventura y prestos a devorar las ricuras de la naturaleza.
Los fines de semana, libres de maleta y reprensión de maestros, se iban reuniendo al llamado de los silbidos en lugar específico, cada uno armado de talego para traer a sus hogares, lo que ellos, no podían ingerir montados en las ramas de frondoso árbol, en que hacías acrobacias para del pezón arrancar la fruta carnosa. No eran pocas las oportunidades, que el propietario de la parcela o su mayordomo, los correteaba haciéndolos brincar vallados, atravesar quebradas y lugares llenos de tunas, igual que alma que lleva el diablo. Cuando el propietario ya no se veía, se reían a carcajadas, sentados en un descanso de la llanura, agitados por el miedo que les oprimía el pecho, pero cargados de: naranjas, mangos, mandarinas, zapotes, piñuelas, duraznos, granadillas, moras, algarrobas, mamoncillos, uno que otro aguacate, que llegaba vuelto una masa adherida a los talegos y…para que contar el destino de la ropa.

Miniatura de despulpadora.


El mayor riesgo de todos era aquel de invadir el predio de don Ramón. En el estaban los árboles de naranjas injertas. Las más dulces y jugosas de todo el contorno, que el mayordomo ‘El mocho’, cuidaba como la luz de sus ojos. Hombre violento, que recorría la hacienda montado a caballo, de soga en mano, para amarrar a quien se atreviera a usurpar sus dominios y arrastrarlo. Dios cuida sus criaturas. Descolgaron miles del fruto, comieron y se hartaron, burlaron al ogro y colorín colorado, éste cuento se acabado.