Noche de luna llena.
El vivo vive bobo y el bobo, de su trabajo.
Se Vivian los encantadores años de la juventud, cuando pasó la historia. La hermosa madre, que salía poco a la capital y cuando lo hacía, era para visitar a sus hermanas; tres solteronas que se quedaron vistiendo santos, por aquello de la vida, más no por falta de belleza y, otras oportunidades, para hacer compras de artículos, que no se hallaban en el pueblo. En una de esas ocasiones le dio por comprarle al hijo menor unos calzoncillos de nailon, material que para aquellas épocas sólo usaban las mujeres en sus prendas íntimas. Hoy todavía se pregunta: ¿de dónde los sacó? Y, ¿cómo fue qué se los puso? Regalo es regalo y más si viene del amor de la progenitora; beso en la mejilla de agradecimiento y chantada del obsequio, sin pensar lo que se le venía pierna arriba.
El día de la inauguración de la encantadora y delicada prenda, lo fue un domingo cuando su equipo de fútbol, jugaba un partido. Fueron llegando todos los componentes a cambiarse de ropa en una zona apartada, donde lo hacían para evitar miradas curiosas y no escandalizar a los niños ya que era al aire limpio. Todo hasta ahí iba muy bien. Se paró para bajarse los calzones y ponerse la pantaloneta; fue el momento crucial. Todas las miradas de los compañeros posaron en él. Explosión de risas en principio, después, los comentarios subidos de tono, cómo aquel: “muchos no lo imaginábamos, pero no creíamos” o aquel otro: “cuando vaya a orinar sentado, nos avisa y uno más: “¿te pusiste los calzones de tu mamá? Sentía que la cara le cambiaba de colores; no sabía sí llorar de rabia o irse a las manos con quienes se mofaban ante el regalo de su madre hecho a mala hora y en el tiempo no adecuado. Se calmó y entró en el juego de las chanzas. El padre le había creado en la conciencia el valor de la personalidad.
Bifloras.
Le echó mano a ese maravilloso recurso e impávidamente, siguió con la mayor naturalidad acabándose de cambiar, lo que dejó a sus compañeros sin recursos para seguir la burla. Cada que les tocaba jugar, ya en su patio o fuera de él, se colocaba sus calzoncillos de nailon, regalo de su madre, el ser más bueno que jamás haya conocido. Sabía que en alguna de las mentes, se incrustó la duda de su verdadera identidad de género, que hoy respaldan dos hijos, esposa y tres nietos.
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