Rica bandeja paisa.
“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. (Martín Luther King).
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an pasado tantísimos años de aquella niñez y juventud, transitadas sin temores, por aquel refugio de calma, incrustado entre esbeltas montañas; atiborrado de cantos de aves, sacudido por la brisa, endulzado por el aroma de frutas y flores reventonas al amparo de verde vegetación y sin embargo, todo ha quedado impávido, sin el asomo del cruel olvido. Corretean en estruendosa algarabía, las tardes de sol mortecino los juegos sencillos he inspiradores; se alcanzan a ver en lo alto del firmamento, las encumbradas cometas coloridas, en busca de un lugar en los algodones de las nubes; se alcanza a escuchar el llanto del niño a quien se le reventó el hilo y la suya empujada por el viento, se pierde a la distancia, para recobrarla hecha trizas sobre un tejado renegrido o sobre la copa de un árbol. Se sienten los rebotes de la pelota de caucho con sonido apagado, al tocar el césped de la manga que, ellos, llamaban cancha y que con varas de caña brava, habían dado vida a los arcos, para cada vez que entrara, se cantara la esencia del fútbol, el gol.
Ninguna oscuridad oculta a pesar del tiempo, apaga el sonido del trompo, arrojado con fuerza desde la pita, para que bailara a metros de distancia, la loca danza, que estremecía la imaginación y llenaba la faz de alegría inaudita. Se pasaba como por encanto a la pelota envenenada, que no dejaba de tener sus peligros al perdedor, que sumiso, se paraba contra la pared de casa vecina, a tratar de esquivar los lanzamientos de la pelota maciza enviados con fuerza
por los ‘lapidadores’, que reían a carcajadas. No, nada de aquello se puede olvidar.
Desayuno con 'calentao'.
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uando la palidez de la tarde caía sobre la cordillera y las mesas de los hogares habían quedado vacías, después del hartazgo de suculenta comida, se encontraban para jugar ‘botellón’, brincándose unos a otros en fila india, hasta caer desfallecidos por el cansancio. Las niñas, hacían su aparición en juegos más tiernos. Esconde la correa, el coclí, que pase el reloj, que pare, los escondidijos y tantos otros que eran costumbres sanas de una época, en que los niños eran niños y se usaba la creatividad que desarrollaba la mente. Nada oscurecía el círculo de los juegos; la perversidad del hombre no había llegado a los extremos del hoy.