Armonía de la naturaleza.
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o pasaba un día en que no llegara a nuestras manos, una revista colorida con las hazañas de personajes, que las editoriales, nos brindaban para mantener la imaginación infantil en suspenso. Las había de todo tipo: hombres valerosos, acciones de guerra, amores y las aventuras sonrientes de animales parlantes. Se recorría las casas de habitación, en busca del amigo que tuviera alguna que no se había leído, para intercambiar, la que uno, ya cansado de releer deseaba cambiar. Era una constante que hacía que se recorriera largos caminos, para hallar un compañerito que con mayor poder económico, tuviera a su haber grandes cantidades de aquel tesoro inspirador, que entretenía largas horas a la muchachada y que proporcionaba a los padres malestar, porque veían que esa literatura, le robaba tiempo a la lectura de los libros de historia patria, geografía y a la del catecismo del Padre Astete, en la que el Padre Mario Mejía, los rajaba constantemente. Existía en comienzo de la montaña, una mina de oro, de aquellas fantasías. La hermosa y acogedora casa campesina de Ramón Rivera, que después llegaría a ser alcalde del pueblo.
El camino era angosto lleno de vegetación que despedía olores de sauces, mandarinos, naranjos y mangos y fragancia a tierra removida. En una pieza, nuestro amigo, en forma desordenada, hacía gala de una colección de todas las revistas que aún nuestros ojos no se habían posado. Ediciones extraordinarias de fin de año del Fantasma, Supermán, Tarzán en hombre mono, Los Halcones, Mandrake, el Conejo de la Suerte, El Gato Félix y tantas otras, que quedamos maravillados ante el hallazgo en un lugar apacible remojado por la frescura de pequeña quebrada, que traía desde el filo de la montaña cantos de vida y donde las aves sin temores se bañaban.
Figo en los alumbrados.
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l descubrir el filón de las publicaciones en manos del amigo, más el ambiente que lo rodeaba, hizo, que fuéramos visitantes consuetudinarios y escarbadores hasta el fondo, para no perder ni una sola hoja, en las que venían atropelladamente las aventuras de héroes a los que queríamos emular en el futuro, cuando fuéramos hombres de pelo en pecho. Las costumbres de aquel hogar, se vieron desalojadas por nuestra intromisión y pésima mala educación, que sólo el tiempo lo hace comprender, al igual, que el resto de nuestro paso por la vida. Todavía se escucha, en la caverna del recuerdo, los alaridos de la lora al ver el tropel de niños.
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