MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 26 de marzo de 2014

LAS TARDES EN FAMILIA.

Amor por lo alto

Desde la más tierna infancia quedó filmada en la memoria, las escenas cuotidianas de la vida en el hogar. Era tan minúsculo para aquellos tiempos, en que la mayoría estaba compuesto por cinco hijos y más; ellos sólo eran dos, nacidos con dos años de diferencia, que hacía, que las incompatibilidades fueran bien marcadas, que el mayor, aprovechaba para querer imprimir su voluntad; el padre notaba la actitud y reprochaba el talante del primogénito, él, fue enemigo del subyugo entre los seres, prefería la igualdad, el respeto y el amor.
Toda la ascendencia del viejo, fueron personas de religiosidad acérrima y de aquella tradición estaba compuesta el diario vivir en la morada. Cuando despuntaba el sol detrás de las elevadas cordilleras, se les enseñó dar gracias al Creador. Después de haber comido juntos en la mesa, se rezaba el Padre Nuestro para dar gracias por no faltar el alimento; se les decía, que no era una rutina, sino, una explosión de gratitud que se hacía con el corazón. Eso era lo normal en el diario vivir, más cómo en todo, no podía faltar el pero. Al estar uno niño, es muy poco lo que piensa de tejas para arriba. Es el juego y la diversión lo que llena los espacios y el rezo, es un estimulante para la llegada del sueño y con él, los bostezos. Cuando llegaba la hora en que el firmamento se vuelve gris (6 de la tarde), llamaba el padre austero a la familia para el Santo Rosario; se le veía venir por el corredor de camándula en mano, persignándose  y entonando con tanta devoción, que ni el cura del pueblo, el Señor Mío Jesucristo. Aquel momento se revestía de solemnidad y respeto. Todos de pies. Entonces se buscaba el refugio al lado de la hermosa madre, que no era un dechado en fervor religioso y…empezaban los suspiros acompañados de parpadeos; se serraban los párpados inclementemente y se abrían al escuchar la voz airada de la batuta de la casa dejando ver su reproche; aquel instante, fue siempre una espina que hería el corazón de los párvulos que opinaba, que aquello sólo era para viejos y nada más. Se volvía cruel el periodo cuando hasta los oídos llegaban los gritos de los niños, que jugaban en la calle, mientras estaban en las Letanías. Oh, que suplicio. 
Teléfono para gigantes
En gran número de ocasiones, el rigor del padre, hacía que el Rosario se terminaba de rodillas en las frías y duras baldosas. El patriarca seguía incólume hasta llegar al final de la costumbre ancestral, en que se le pedía la bendición para irnos a la cama, después de orinar, ponernos la piyama y darles las buenas noches. Veíamos en el rostro de la madre, la inconformidad con el cónyuge ante la actitud severa y, se acercaba para darnos un abrazo que consolara nuestras lágrimas. No quedaron resquemores en el alma, por el contrario, se amó y se sigue amando la actitud de quien hizo que el porvenir, estuviera atiborrado de ejemplo, disciplina, honradez y respeto; si no hubiese sido así, estaríamos en la soledad de vacío.


miércoles, 19 de marzo de 2014

CAMBIOS

La primera llave de la casa en Copacabana 1949
Eso de estar cumpliendo años, tiene sus bemoles. Cuando se está joven, se es, libre pensador. Se siguen las ideas de Marx de Engels y tantos otros quienes aspiraban una sociedad sin clases; se leía con avidez escritores que reprochaban el amor de la mujer, tal es el caso de uno de los nuestros: Vargas Vila. En el despertar de esa época difícil y contradictoria de la pubertad, se cometen todos los desafueros eróticos; las leyes son un estorbo y hay que violentarla comenzando por las normas del hogar. Se ve al policía como el principal enemigo y al maestro, como la oprobiosa continuidad del “yugo” de los padres. Por instantes, se reprocha el advenimiento a la vida. Pero como todo está hecho para cambiar o mudar de aires, se traslada a la etapa en que se piensa antes de actuar, esa que nos salva del embrollo en que estábamos metidos. La madurez.
Cuando ya antes de acometer una acción, se analiza los resultados que pueda tener, es que hemos llegado a la edad de la sensatez; no se llega allí, así como así. Es después de cometer todos los errores cotidianos de la hipócrita humanidad y algunos inventados, que creemos, nos harán célebres. Muchos pasan raspando, otros, se quedan; unos logran pasar pero arrastrando con ellos partículas de los deslices y los hay con buen juicio, que son los triunfadores en la nueva etapa al tomarla con cordura, que al decir verdad, son tan pocos que se pierden entre la nube de frustrados, egoístas y criminales. En este ciclo de la vida, en que aún no se es viejo, pero también se está lejos de la juventud, es cuando florecen actividades que sobresalen, por el temor de llegar al periodo inevitable de la decrepitud, con las manos vacías, hecho, que hará de ese instante, más cruel y solitario. Encontramos la pareja cifrando en ella, el cayado en que apoyar de vicisitudes del transcurrir de los días y ser la matriz del principio de nuevas vidas. El período sigue adelante…con esa velocidad de luz. Se vislumbra con temor (inaceptable), que la vejez está tocando las puertas.
Se palpa la llegada, cuando el recuerdo del pasado se ensancha, el presente se acorta y el futuro no cuenta.

Pincher miniatura
La vejez es una etapa hermosa de la vida. Durante el largo recorrido de la existencia muchos amaneceres se han visto despuntar auroras detrás del horizonte, allá en el límite visual; unos que calientan con la presencia del sol y aquellos grises y nostálgicos. Aunque la parte vital disminuye, se fortalece el corazón para darle cabida a la floración de la amistad, la reconciliación, perdón e indiferencia. Se vislumbra en la lejanía del infinito, una luz radiante que ilumina todo el ser, que al abrazarlo, se convierte en amor, alejándolo de lo material a lo espiritual en que el sexo no hace parte de la plenitud de la ternura. Al rincón longevo, entra como bálsamo la paz que reconcilia y mitiga los excesos de algún ayer borrascoso. 
No por mucho madrugar, amanece más temprano. 


miércoles, 12 de marzo de 2014

Y...LO CAZARON

Compartiendo con las palomas.
H
abía pertenecido a la de barra y sobresalía por sus cuentos, el gusto por la música de la Sonora Matancera, la imitación a Daniel Santos y por aquella bicicleta llena perendengues que la hacían diferente a las pocas que existían. Linterna en el frente del manubrio accionado por la dinamo que iba en la llanta trasera; a un lado de la lámpara estaba una corneta que era accionada para llamar la atención de los amigos o de las bellas infantas, que merodeaban por el parque; el galápago estaba cubierto por un pellón de felpa, en ese mismo lugar un poco más abajo estaba colocado un pequeño cofre de cuero en que se guardaban herramientas y un trapo para la limpieza y casi en el mismo lugar, un bombillo rojo para que no fuera a hacer atropellado, pero habían muchos más reflectores de distintos colores adheridos a los radios del aro, que la hacían todo un espectáculo. Claro. No podía estar asunte para completar la parafernalia, un par de espejos en los extremos del manubrio, prestando el servicio de seguridad o bien, para recrear la humana vanidad.
En las tardes frescas y por las calles que circundaban el parque, se escuchaba la bocina, unas luces multicolores giratorias y algo que se olvidó, el timbre. Frenaba donde estaban los amigos, descargando el pedal sobre el borde del andén. Se hablaba de todo, pero al hacerlo de matrimonio, nuestro hombre lo tapaba con el canto de Daniel con la melodía “El Corneta”, muestra inequívoca de temor por la lectura de la epístola de San Pablo. Fueron muchas las damas de categoría y bellas que pusieron los ojos en él, les seguía la corriente por algunos días y nada más; no esperaba que el devaneo se alargara y en poco tiempo pasaba en la cicla tan campante. En uno de esos escapes amorosos, dio con un grupo de mujeres manejadas por una Celestina de pueblo que con socarronería le hizo lavado de cerebro. Una de sus discípulas de poca reputación se fue ganando el corazón de quien era un enemigo acérrimo del himeneo. Se le veía a diario pasar a pie a visitarla, pues el sendero no permitía llegar en su luminoso vehículo. Se apartó de la tertulia, si acaso un saludo y nada más, seguía sin levantar la cabeza. Ya no era el mismo.

El pasado en ruinas.
Jamás nadie se atrevió a hacerle un reproche. Por todas partes se escuchaban los comentarios ¿qué sucedió con aquel hombre parlanchín, enamorado de la música, de la vida agradable, vanidoso y enemigo de entregarse a amoríos que conllevaran responsabilidades? Nadie lo podía creer que alguien tan bien plantado y de familia distinguida, fuera a caer en manos de una escuálida mujer, con pasado oscuro y libidinoso.
Llegó el día en que el asombro amaneció rondando por todas las calles y rodando de casa en casa. El viejo coadjutor los había casado en la misa de cinco. La “Celestina” encabezó el pequeño desfile hasta las gradas del altar. Alguien que estaba observando desde las escalas del púlpito, con voz apagada alcanzó a exclamar echándose la bendición: “de que las hay las hay…”
“¿A qué se debió la caída de Adán y Eva? Nadie supo responder, pues en el campo no es pecado hacer el amor.” (Boris Vian)


miércoles, 5 de marzo de 2014

EL TÍO AVENTURERO

Almas con hambre
Después del encuentro con el anciano familiar y sobre una cama sencilla, en cuarto de habitación humilde, el viejo aventurero y como consejo al sobrino que de alguna manera quería seguir sus pasos, narró de ésta manera las peripecias de caminante nómada:
“Creo haber nacido para ser un judío errante. Tenía los cabellos revueltos de joven intrépido. Unas pocas instrucciones de un maestro de escuela de pueblo y una mañanita partí del hogar. Caminaba solo por el sendero que conduce a la ciudad, con una ‘taleguita’ en que había echado unas cuantas ‘mudas’ de ropa. Un camionero cargado de café, se apiadó y me movió por muchos kilómetros. Cuando menos pensé, estaba tan lejos, que ya no había retorno. Di las gracias al apearme. Estaba en lugar en que las gentes me brindaron apoyo. Trabajaba en todo lo que tocara. Lavaba platos en restaurantes para ganarme la comida; hacía mandados a las señoras quienes al ver mi honradez me permitían dormir en sus casas. Así continué por muchos años hasta entrar en el gobierno como detective, empleo que costó varios problemas. Una noche entré en un cabaret y la bailarina que entretenía a los contertulios, puso los ojos en mí. Ese momento, se perdió el investigador y empezó una vida de deleites, francachelas y viajes. Juntos, estábamos en cuanto lugar era contratada mi pareja. Ciudades capitales, países: Panamá, Costa Rica, Honduras, Salvador, Nicaragua y Cuba, país de origen de la concubina; todo marchaba a las mil maravillas: buen licor, vestimenta a la moda, lociones finas, besos y abrazos después de cada presentación exitosa de la escultural vedette; pero la ambición rompe el saco. Una noche, como de costumbre, estando en la mesa principal junto al escenario, una rubia despampanante que estaba cerca, lanzaba miradas enternecedoras, que fueron avistadas por mi danzante media naranja, quien al terminar el espectáculo, me echó como quien tira un perro a la calle. Se había acabado de un tajo la vida disipada y lo peor en una nación extraña y algo más, sin un solo peso en los bolcillos. ¿Qué hacer? Lo único que encontró en el instante, fue la zafra en el corte
de caña. No importaba. Necesitaba dinero para regresar a la patria.


Amor por su mascota
L
os mulatos compañeros de trabajo se burlaban al verlo con ropa fuera de contexto, con las manos de señorita; se atrevían a decir que no aguantaría el día siguiente. No fue así. Sacó fuerzas y todos los días, estaba en el corte igual que ellos. Las hojas le cortaban la cara y la pelusa se adhería a manos y brazos en una comezón que se volvía un infierno con el sudor que brotaba en manantial con el calor del hermoso paraíso caribeño. Pagaron. Tomó barco con tiquete de tercera; en el recorrido limpió pisos para pagar alimentación.”
Ve usted mijo, que la aventura no es un juego y nada es igual al “hotel mama”. De todos los sucesos, el dinero, las mujeres, solo me queda esta pieza, los cabellos canos, una soledad que abruma y una pobreza que no tengo con quien compartir.
“La realidad es aquello que, cuando uno deja de creer en ello, no desaparece.” (Philip Dick)