Almas con hambre
Después del encuentro
con el anciano familiar y sobre una cama sencilla, en cuarto de habitación
humilde, el viejo aventurero y como consejo al sobrino que de alguna manera
quería seguir sus pasos, narró de ésta manera las peripecias de caminante
nómada:
“Creo haber nacido para
ser un judío errante. Tenía los cabellos revueltos de joven intrépido. Unas
pocas instrucciones de un maestro de escuela de pueblo y una mañanita partí del
hogar. Caminaba solo por el sendero que conduce a la ciudad, con una
‘taleguita’ en que había echado unas cuantas ‘mudas’ de ropa. Un camionero
cargado de café, se apiadó y me movió por muchos kilómetros. Cuando menos
pensé, estaba tan lejos, que ya no había retorno. Di las gracias al apearme.
Estaba en lugar en que las gentes me brindaron apoyo. Trabajaba en todo lo que
tocara. Lavaba platos en restaurantes para ganarme la comida; hacía mandados a
las señoras quienes al ver mi honradez me permitían dormir en sus casas. Así
continué por muchos años hasta entrar en el gobierno como detective, empleo que
costó varios problemas. Una noche entré en un cabaret y la bailarina que
entretenía a los contertulios, puso los ojos en mí. Ese momento, se perdió el
investigador y empezó una vida de deleites, francachelas y viajes. Juntos,
estábamos en cuanto lugar era contratada mi pareja. Ciudades capitales, países:
Panamá, Costa Rica, Honduras, Salvador, Nicaragua y Cuba, país de origen de la
concubina; todo marchaba a las mil maravillas: buen licor, vestimenta a la
moda, lociones finas, besos y abrazos después de cada presentación exitosa de
la escultural vedette; pero la ambición rompe el saco. Una noche, como de
costumbre, estando en la mesa principal junto al escenario, una rubia
despampanante que estaba cerca, lanzaba miradas enternecedoras, que fueron
avistadas por mi danzante media naranja, quien al terminar el espectáculo, me
echó como quien tira un perro a la calle. Se había acabado de un tajo la vida
disipada y lo peor en una nación extraña y algo más, sin un solo peso en los
bolcillos. ¿Qué hacer? Lo único que encontró en el instante, fue la zafra en el
corte
de caña. No importaba.
Necesitaba dinero para regresar a la patria.
Amor por su mascota
L
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os mulatos compañeros
de trabajo se burlaban al verlo con ropa fuera de contexto, con las manos de
señorita; se atrevían a decir que no aguantaría el día siguiente. No fue así.
Sacó fuerzas y todos los días, estaba en el corte igual que ellos. Las hojas le
cortaban la cara y la pelusa se adhería a manos y brazos en una comezón que se
volvía un infierno con el sudor que brotaba en manantial con el calor del
hermoso paraíso caribeño. Pagaron. Tomó barco con tiquete de tercera; en el
recorrido limpió pisos para pagar alimentación.”
Ve usted mijo, que la
aventura no es un juego y nada es igual al “hotel mama”. De todos los sucesos,
el dinero, las mujeres, solo me queda esta pieza, los cabellos canos, una
soledad que abruma y una pobreza que no tengo con quien compartir.
“La realidad es aquello que, cuando uno deja de creer en ello, no
desaparece.” (Philip Dick)
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